Papá, quiero un volcán que eche lava de juguete y un barco con ruedas que suba por la ladera esquivándola… El niño con cuatro años dibuja, a su manera, su petición a los Reyes Magos para que sus padres la visualicen bien y sepan cómo pedírselo en la carta. Sorprende y enorgullece la imaginación todavía ajena a marcas del hijo, pacientemente encerrado en casa con catarro viral. Pero Baltasar no lo tendrá fácil para acertar con el regalo.

Mi bici

Los Reyes Magos, que siempre fueron los padres en mi barrio, nunca lo tuvieron fácil. Recuerdo que mi bicicleta Torrox de color butano escondida esa noche en el cuartillo de los contadores con permiso del presidente de la comunidad, comprada a plazos, se estuvo pagando aún la noche de Reyes siguiente. Yo ya tenía diez para once años, pero fue mi mayor juguete, mi mejor regalo, mi billete a la libertad. Dos años y medio después ya estaba yendo en ella al instituto, con mis libros atados detrás, dos veces al día. Aún recuerdo la sensación del aire fresco en la cara a las ocho de la mañana. Recoger a mi amigo Meneses con su otra bici, grande, verde y antigua, magníficamente clásica recordada hoy, y rodar juntos hasta la otra punta de la ciudad, desde La Unión a Martiricos, en Málaga, ida y vuelta ida y vuelta. Volar…

Olía a ginebra

La mañana temprano olía a ginebra. Cuando pasábamos por el actual parque Picasso nos despertaba ese olor. La fábrica de ginebra estaba donde hoy está el centro comercial Larios, para cuya inauguración vine de Madrid y fui padrino con la modelo Jaqueline de la Vega hace casi 20 años. En año nuevo los recuerdos hacen cola y se empujan para no quedarse en lo que ya se olvidó el año que se fue. La mejor forma de mantenerlos vivos es recordar la persona o personas que nos acompañaron en ellos. A veces recordarlas a nuestro lado nos hace valorar mejor lo que supusieron en nuestras vidas si aún siguen en ella.

Citesa

Los días que nos sorprendía la lluvia había que circular con cuidado y nos bastaba con una bolsa o un impermeable que cabía en un bolsillo arrugado para llegar al instituto o a casa. Si llovía demasiado antes de salir había que andar hasta la avenida Juan XXIII y coger el 15, el autobús que entonces llamábamos Citesa ya que aún estaba en el paseo de Martiricos, destino de la línea, la que fue fábrica de equipos telefónicos en Málaga. Inaugurada en los años de 1960, Citesa funcionó durante más de tres décadas. En los 90, ya absorbida por Alcatel, la fábrica fue trasladada al PTA. Hace unos tres años se derribó el edificio que albergó sus antiguas instalaciones en Martiricos. Recuerdos, recuerdos…

Programación infantil

Había en la televisión de entonces, la única, grande y libre de mi infancia, una extraña y bendita obsesión, vista en perspectiva, la de preservar la programación infantil. Desde mi distancia antifranquista no recuerdo que se programaran espacios manipuladores entre flechas y pelayos en esa franja. Lo que recuerdo es Tarzán (una serie norteamericana con un actor rubio del que aún recuerdo el nombre, Ron Ely, buscarlo en internet casi me hace llorar), los chiripitifláuticos (con Valentina, el Capitán Tan, el Tío Aquiles y, sobre todo, Locomotoro), Bonanza, La casa del reloj, OVNI (una serie con platillos volantes que hoy nos parecerían de cartón), Espacio 1999 (una avanzadilla de Star Trek) y Los payasos de la tele (cómo lloré cuando murió Fofó…) Y luego Heidi (hablando de llorar, uno de los primeros productos de la factoría Ghibli y de su creador el genio Hayao Miyazaki, aunque esas cosas uno las aprende luego, si quiere). Aquellos sábados con su tarde dedicada a los niños: Marco, Érase una vez el hombre, etc. Pero como esto lo he contado ya en alguna ocasión, paso del rollo abuelo cebolleta y concreto ahora…

Pinocho y ella

Hubo un regalo de reyes que no me hizo ilusión. Frente a un juguete, todavía siendo muy niño, no podía competir un libro. Aunque el libro hábilmente trasladaba el cuento de Collodi, Pinocho, con las fotografías de una serie de televisión. La miniserie era italiana, se llamaba Las aventuras de Pinocho y la dirigió Luigi Comencini en 1972. Se alejaba en estética y relato del referente infantil más común entonces, el Pinocho de Disney de 1940. Mis sensaciones guardadas del niño que fui cuando ponían aquella serie de Pinocho son contradictorias, me fascinaba y no me gustaba a partes iguales. Húmeda, casi oscura, rara para el crío que yo era en una Málaga casi siempre soleada, demasiada real para ser un cuento, demasiado onírica para ser fácil. Tarareo mientras escribo la banda sonora. Haber vivido, haber sentido, haber pensado, eso es la memoria. Una imagen me asalta de aquella serie, el rostro del hada que convierte a Pinocho en niño, una Gina Lollobrigida madura y bella. Mi regalo de Reyes… Porque hoy es Sábado.