Nuestro 2015 empieza en el cielo. Lo que nos sucederá está en las estrellas. Misteriosas, brillantes, secretas en lo caduco y en sus promesas. Igual que números, como si fuesen letras, los magos indagan -a través de celestes operaciones matemáticas y de alfabetos azules trazados en el aire, en el fuego, en la tierra y en el agua- el futuro que nos auguran. Los gozos, las ambiciones, las conquistas, las heridas, las sombras, los peligros, las herencias, los peldaños, las pasiones, las pruebas, las fronteras, las continencias, los cambios, las dudas, las batallas, las recompensas. Las lecciones que deben ser aprendidas, adjuntas al destino de cada uno, se esconden en Júpiter, en Saturno, en Marte y en Venus. Con la luna en paréntesis de sombra o en perla blanca su apogeo. La profecía del mundo, del país, de la ciudad y de nuestra vida cifrada en la magia con la que el hombre se sueña, se defiende y se fabula desde la antigüedad del cielo y el enigma de su lenguaje.

Se suceden los siglos con su ciencia, con su filosofía, sus ficciones y su memoria de conocimientos y, en el fondo, continuamos siendo seres de helio, hidrógeno, carbono, oxígeno, hierro y materia oscura. Una fugaz pompa de silencio negro y polvo lácteo envuelta en piel, grasa y huesos. Tal vez por eso, porque la vida proviene del cielo, y a su vientre regresamos como energía, somos un poco cometas desorientados en la tierra y siempre volvemos hacia arriba la mirada cuando el corazón lucha solo sin que nadie lo salve, si la mente no encuentra el relámpago de una idea que alumbre, mientras la vida nos amenaza como la boca de un lobo o el largo camino de un túnel sin un ojo abierto en el horizonte. Encontrar en su lectura el camino, la sabiduría, la respuesta más íntima, es el secreto de la esperanza a punto de consumirse. Aunque se niegue en público, en privado todos creemos en su oráculo. Ni la religión ni tampoco las nuevas tecnologías, entre las que se mueven el universo de la Edad Media de la que procedemos y la galaxia de infinitos mundos virtuales en los que nos estamos metamorfoseando, han conseguido que las personas no busquen en las estrellas el tiempo que les queda, las respuestas a sus miedos y sus ficciones. En el fondo, nos siguen intrigando el corazón del fuego y de la noche su canto que tiembla.

2015 ha entrado con el cielo despejado y sólo, en algunos lugares, ha tenido unas uvas de menos en el futuro y sus horas. Nadie sabe si por eso las personas que se quedaron boquiabiertos, entre el inicio de las campanadas y sus últimos sones, tendrán unos meses menos a lo largo de este año o si al doblar una esquina, en medio de una conversación, desnudando un beso entre sábanas o en la curva de una carretera, desaparecerán de repente y nadie sabrá de su existencia hasta que su vida regrese de la publicidad que suele interrumpir lo mejor de la escena. Lo cierto es que este año ya lo han desplegado en revistas, en foros, en internet, en la madrugada de las televisiones, en las tardes radiofónicas, en esferas privadas y en la atmósfera de pequeño salones con fetiches simbólicos y aromas orientales, los astrónomos, los videntes, los cabalísticos, los astrólogos, las pitonisas y quienes hacen de la curiosidad del crédulo deseo una seducción a su medida.

A grandes rasgos, en detalle, de manera gratuita y en ocasiones cobrando el precio de la veracidad de su magia, a todos nos han descifrado los designios que vaticinan las estrellas para cada uno de los signos del zodíaco. Con voz grave, talento psicológico, cierto salero gitano y quién sabe si con un pellizco de duende, nos han vaticinado los pros y los contras, y que si estamos atentos a los presagios y sabemos guiarnos a partir de sus alertas podremos comprender mejor, y a la vez transformar, la realidad que nos toque vivir, en armonía con el cosmos. Nostradamus, Allison Dubois, Malaquias, Jeanne Dixon, Merlin, Rosenkrentz, Rappel, Octavio, Cristina Marley, cada oráculo tiene su nombre, su fama y su magia. A nosotros nos corresponde elegir su manera de presagiarnos aquello que nos espera. La veracidad con la que cada cual satisface su creencia en la magia o la conveniencia del efecto placebo.

En cualquier caso, prefiero a los magos y a los chamanes antes que a los que realizan sus predicciones especulando con las entrañas de los mercados, a los nigromantes de la bolsa, a los directores espirituales de la economía y a los prestidigitadores de la política asegurándonos el final de la crisis, el incremento de los salarios, un impulso del producto interior bruto por encima de las previsiones oficiales, el castigo tajante de la corrupción, el auge de la cultura y la reinserción social de las Humanidades. Sus naipes del tarot, sus astrolabios y bolas de cristal continúan siendo los espejos de mano de su maléfico narcisismo. Ningún futuro de a pie puede leerse en las estrellas donde ellos siempre ven un big ben con ceros a la derecha.

Y como magia es lo que quiero regalarles, más allá de la que conlleva y contiene cada palabra, para este 2015 les deseo que sea un auténtico año Miller en el que la ética y las ilusiones no mueran a lo largo del viaje, y desaparezcan las brujas, sean de Salem o de aquellos que cazan ideas a la izquierda. Trescientos sesenta y un día días en los que la vida sea en rosa Piaf bajo el cielo de París y las noches tengan el swing bessie de Billie Holiday con el romántico vibrato de un saxo. Que encontremos dentro de nosotros el talento de un ciudadano Welles y dejemos de sentirnos extraños en el paraíso. Que 2015 cada uno lo viva a su manera, con su propia magia.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

www.guillermobusutil.com