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Perdidos y encontrados

Sin emoción ni humanidad

Raymond Schinazi es el químico egipcio que ha sintetizado la molécula que sustancia el medicamento contra la Hepatitis C, el Sovaldi. En un mundo de trincheras de guante blanco como es la España actual, el medicamento ya no es sólo eso, algo que ayuda a curar una enfermedad grave, como en este caso, sino otra bandera más. Un trapo político con el que espolear a la soldadesca y un mástil con el que golpear al adversario. El Sovaldi es otra bala de humo en la boca y la estrategia de los unos contra los otros unos.

Para quienes se ven en medio de la trifulca permanente con el virus dentro, cada vez más cansados y con la piel y los ojos amarillentos en muchos casos, con dificultades para digerirlo todo, ganas de vomitar, con el cuerpo apaleado como si tuvieran una gripe que no se cura nunca y va a peor (para que lo entiendan mejor), el Sovaldi es la vida. Y punto. Pero cuesta muy caro.

«Es el negocio, tenemos que ganar para volver a invertir en nuevas moléculas», le he oído decir en varios medios a Raymond Schinazi. El hombre no lo tuvo fácil para llegar a ser el investigador multimillonario que es hoy. Su familia tuvo que abandonar Egipto cuando él tenía 13 años, en los años 60, por su origen judío sefardí. Se vinieron a vivir a España, aunque su padre lo envió a estudiar a Gran Bretaña. Trabajó duro y empeñando su propio dinero consiguió reunir una inversión inicial de 40 millones de dólares para su laboratorio, Pharmaset. Buscaba un medicamento contra el Sida cuando se encontró con la molécula denominada Sofosbuvir (principio activo del Sovaldi). La multinacional farmacéutica Gilead lo supo en 2012. No sé si regatearon, yo no habría sabido hacerlo si me ofrecen los 11.000 millones de dólares por su laboratorio que le ofrecieron a él. A partir de ahí todo se resume en dos frases hechas: Coge el dinero y corre, por parte de Raymond. Y «la bolsa o la vida», dicha por Gilead a los enfermos de Hepatitis C. La multinacional norteamericana tiene la patente del Sofosbuvir que, según confesó el propio Schinazi a la revista del Laboratory of Biochemical Pharmacology de la Universidad de Emory (USA), cuesta unos 1.900 euros fabricarlo para un tratamiento de tres meses. Gilead nos lo vende a 60.000.

Algunos crecimos viendo películas y dibujos animados donde las personas admirables aprovechaban su vocación para ayudar a los demás y así ser felices a un tiempo. Nos podían haber ahorrado ese daño. La hepatitis C afecta en España de 600.000 a más de 1 millón de personas, según diversas fuentes. Al día mueren unas 12. Nadie debería morir por dinero, ni de hepatitis ni de nada. Nos llaman demagogos e imberbes morales a quienes lo escribimos. Pero no se puede callar todo respondiendo que todo es muy complejo y que por eso no se puede hacer nada. Ni se puede escribir siempre sin emoción ni humanidad ante el sufrimiento.

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