Lo sé apenas nada de dinero. El léxico que se maneja en torno a él me parece un galimatías. Las veces que me intereso por el mundo de las finanzas me estrello contra un muro para ignorantes. Esta desafección del conocimiento no resulta fácilmente justificable en un tiempo en que nos bombardean por tierra, mar y aire con noticias económicas relacionadas con los mercados, la inflación y la deflación, la deuda, los bonos basura, etcétera...Por eso agradezco la explicación de los conceptos económicos por parte de John Lanchester (Hamburgo, 1962), alguien que tuvo que llegar a una edad más o menos avanzada para manejarse como es debido en este tipo de asuntos.

Lanchester, autor de una de las mejores novelas que he leído sobre la codicia, Capital, tuvo que sumergirse en la jerga económica para escribir algo reconocible sobre la City y la locura financiera. Ahora, ha aprovechado sus conocimientos para desglosar, de la A a la Z, en un libro este lenguaje, de manera que todo el mundo pueda entenderlo. Estos días me he convertido en el seguidor número uno de Cómo hablar de dinero (Anagrama), un libro que recuerda lo que dice la gente de las finanzas cuando se expresa como el hombre blanco hacia los pieles rojas, con lengua de serpiente, y aclara, al mismo tiempo, lo que de verdad quiere decir. Personalmente, igual que ocurrió en su día con Michael Lewis (Boomerang, El póquer del mentiroso), el libro de Lanchester me ha abierto el entendimiento quitándome un gran peso de encima.

Por ejemplo, desconocía en qué consiste la teoría del más tonto, que permite a algunas personas ganar un dinero que ha costado mucho más dinero a mucha más gente. Y tampoco sabía, como es obvio, que Isaac Newton, considerado uno de los tipos más inteligentes que han habitado el planeta, fuera una de sus víctimas. Según esta teoría, un inversor compra algo, acciones, una casa, cualquier cosa, sabiendo que el precio es injustificadamente alto, sin importarle, porque es consciente de que más tarde o temprano va a subir. Deja que suba un poco y vende lo que ha comprado al idiota que sigue. Lanchester recalca que las realidades subyacentes no tienen importancia siempre que en la cola haya otro más tonto dispuesto a disiparlas. El problema viene cuando en algún momento el precio de lo adquirido, que pasa de las manos de un idiota a otro, deja de subir. Se trata, a fin de cuentas, de una versión sofisticada de la tentación que subyace en uno de los timos más antiguos inspirado en la codicia: el tocomocho. Si todos los que nos rodean se están forrando es difícil sustraerse a ello. Así que uno pretende ser más listo que el supuestamente tonto que le precede y lanza el anzuelo.

Bueno, pues Newton, que además de brillante sabía de dinero porque trabajaba en la Real Casa de la Moneda, cayó en la trampa. Cuando se produjo la burbuja del Mar del Sur, supo que no se basaba en nada y que con seguridad explotaría. Pero, al observar como los demás a su alrededor se llenaban los bolsillos, picó. La burbuja efectivamente estalló y el hombre que estableció las leyes de la mecánica clásica, lo perdió todo.

El turbio lenguaje del dinero no sólo está poblado de jerga incomprensible y términos técnicos oscuros, sino también de lo que Lanchester llama reversification, un vocablo que en inglés sirve para definir algo que sospechosamente significa lo contrario de lo que debería. Es el caso, por ejemplo, de austeridad, una palabra que nos es familiar en los últimos tiempos. Ciertamente, por austero se entiende todo lo que es severo, rigurosamente ajustado a las normas de la moral, sobrio y sencillo. Se trata de cualidades que por sí solas no designan nada específico o tangible. Sin embargo cuando el concepto se extiende a la economía y a la política, se reduce drásticamente a recortes del gasto público, un significado que todos conocemos y gravita pesadamente sobre nuestra realidad.

¿Han oído hablar del hollowing out? No quieran saber lo que significa. Es el proceso por el que los puestos de trabajo desaparecen de una economía mientras las apariencias externas siguen sin cambiar. Alguien ligado a los capitales se lo explica a Lanchester: «Reúnes un poco de dinero y compras en Alemania una empresa que fabrica piezas de maquinaria. Después la cierras y llevas la producción a China, donde el control de calidad es inferior pero fabricar cuesta una décima parte. Manejas la marca y ninguno de tus clientes se entera?» ¿Les suena? Claro que les suena. Escuchamos continuamente la misma música y ahora tenemos la letra.

Gracias, Lanchester.