Ya se levantó el asedio. La libre circulación de personas y mercaderías ha sido restablecida en el centro de la ciudad, así que aquella procesionaria a la que se alude en el título de esta columna ha de ser por fuerza la Thaumetopoea pityocampa y no alguna otra de índole cofrade. Se trata de una mariposa bastante anodina en lo que a su aspecto se refiere, al menos en su fase adulta. Su existencia nos pasaría inadvertida a no ser por su comportamiento social durante su etapa larvaria, que se caracteriza por los daños que provoca en las copas de las coníferas y, muy especialmente, por las filas rigurosamente formadas en las que los ejemplares bajan al suelo en esta época del año, con el propósito de enterrarse hasta el momento de la eclosión.

Nuestra especie parece haberse contagiado de tales hábitos gregarios: nos encanta desplazarnos despacio sobre el asfalto urbano, muy pegaditos al vehículo que nos precede -dentro del nuestro propio- en penosa y lastimera procesión, conformando atascos exasperantes. Bueno, quizá no a todos; pero conozco a algunos vecinos de mi calle que van en coche para comprar los molletes del desayuno a una panadería situada a dos manzanas de distancia. Seguro que ellos también son de los que piensan que un ángel flamígero desciende, espada en mano, dispuesto a exterminar a los habitantes de un barrio -o cuando menos a ocasionarles indecibles calamidades- cada vez que se peatonaliza una de sus calles; cada vez que se permite que niños y ancianos, paseantes sin rumbo o parejitas de adolescentes birlen una porción de suelo público al automóvil, coartando así el derecho de los ciudadanos decentes a bajar a por el pan a lomos de caballos. De tracción motora, claro está.

*Luis Ruiz Padrón es arquitecto