Un silencio sepulcral retumba en el Vaticano tres meses después de que Francia propusiera a Laurent Stefanini -católico practicante, soltero, sin hijos y homosexual-, como su embajador ante la Santa Sede. El silencio prolongado es el dispositivo diplomático del Vaticano para indicar a los interesados que modifiquen su propuesta, pero el Gobierno del socialista François Hollande afirma que no cederá. ¿Entonces? Entre 2007 y 2008 la embajada francesa en el Vaticano estuvo vacante después de que no fuera admitido el escritor Tillinac, divorciado y vuelto a casar. A continuación, la Santa Sede tampoco dio su placet a Kuhn-Delforge, también homosexual. Esto quiere decir dos cosas: que el Vaticano trabaja con la variable de la eternidad y, en consecuencia, no le importa esperar en estos asuntos, Y segundo, que Francia es experta en plantear conflictos diplomáticos con la Santa Sede, de modo que parece evidente que quién ha puesto una vez en jaque al Vaticano le coge gusto maniobrar. No obstante, aunque con la boca grande Hollande rechaza moverse de su posición, con la pequeña ya ha mandado buscar alternativas. De hecho, el Presidente desea contar con todo el apoyo del Papa Francisco en la cumbre sobre el clima -diciembre en París-. ¿Y qué tendría que ver todo esto con la sacrosanta misión de la Iglesia? Nada, salvo que se permanezca en la ingenuidad. Pero examinemos el perfil del nominado. Fue número dos de la embajada francesa ante el Vaticano entre 2001 y 2005 y, después, asesor de asuntos religiosos en el Ministerio de Exteriores. También ha contado para esta designación con el arzobispo de París, André Vingt-Trois, que, al parecer, escribió al Papa Bergoglio para pedirle que aceptara la designación. Además de todo ello, el hecho de ser soltero y sin hijos -más la suposición de que no cultiva el escándalo-, transformaría a Stefanini en una especie de monje de la homosexualidad. ¿Qué le importa entonces al Vaticano dar el aprobado? Volvemos al problema de la ingenuidad. Cielo y tierra pasarán, pero las reglas de la diplomacia vaticana probablemente son más difíciles de mover que algunas doctrinas (dogmas aparte), de modo que la Secretaría de Estado de la Santa Sede le habrá recomendado al Pontífice que no se involucre. Eso suponemos, aunque Bergoglio es el hombre de las sorpresas, muchas de ellas satisfactorias, pese a la horda que le vigila. Ahora bien, si se expusiera en ese asunto, estaría sometido a una especie de trampa saducea, que consiste en que sea cual sea su palabra, saldría chamuscado. A saber: la citada horda vigilante le castigará si dice que sí -«este Papa es un desastre y un coleccionista de frikys», volverán a entonar-; y si dice que no afirmarán: «Bergoglio no hace más que crear falsas expectativas y confundir».