La nueva situación política está siendo capaz de reconciliar a las dos Españas, o al menos al residuo que aún podía quedar de esta vieja idea que tanto daño hizo. Lo que ni siquiera logró la Transición, lo están consiguiendo las nuevas formaciones que han irrumpido con fuerza inusitada en el espectro político. Ciudadanos y Podemos han logrado que las distancias entre populares y socialistas se hayan reducido. No solo en las encuestas, sino en sus programas, ideas y manifestaciones. Que unos empiecen a hablar bien de los otros, cuando hasta hace muy poco no paraban de tirarse los trastos a la cabeza.

Los grandes partidos ya no se sienten tan cómodos ante la fragmentación del voto de derechas y de izquierdas y se dedican piropos cuando antes sólo sabían lanzarse improperios. Un flechazo. Y esto puede llegar a ser desconcertante, por la falta de costumbre, más que nada. Sus responsables defienden que ni el PP es solo Gurtel ni el PSOE es solo los ERES, que en organizaciones tan grandes se pueden colar desalmados, pero que ningún partido ha desempeñado un papel tan determinante en esta democracia como ellos, favoreciendo la Transición. Tiran de memoria histórica para combatir el ascenso de las formaciones jóvenes. Más aún desde que Albert Rivera señaló eso de que «el proyecto de cambio para España solo lo pueden encabezar personas nacidas en democracia».

La regeneración democrática no tiene por qué pasar exclusivamente por gente que haya nacido en democracia, como defiende el líder de Ciudadanos, que se olvida de un plumazo de Suárez, González, Fraga, Guerra, Carrillo, Roca, Rodríguez de Miñón o hasta Tarancón, sin conceder ningún valor a lo que entonces se hizo, al difícil trabajo que desarrollaron en una coyuntura histórica ciertamente limitada y compleja, a su capacidad de diálogo y negociación, de saber ceder por el bien general sin dejar de ser fieles a sus principios... Una labor que, entre otras cosas, permite a Rivera expresarse con libertad. De forma errónea e injusta, en este caso, pero en libertad.

En cualquier caso, llama la atención esta «alianza» del bipartidismo contra la efervescencia del naranja y el morado. Se abre un escenario de pactos y, sinceramente, nada sería descartable. Antecedentes existen. Y en la provincia de Málaga. ¿Se acuerdan del GIL?