En una ladera de la montaña me maravilla la frecuencia con que las espineras, ahora florecidas, aparecen entrelazadas con los acebos, y los tronquitos múltiples de unas y otros se muestran tan mezclados que parecen formar un solo tronco grueso. En seguida descubro otra abigarrada mata arbórea en la que participan también avellanos, e incluso alguna en la que a los ya citados se agregan troncos jóvenes de arce o de haya. Son pequeñas masas unitarias, bien separadas unas de otras, por lo que ese modo de hacer vida en común, muy apretados, no viene impuesto por la aglomeración del bosque. Cada uno tiene su carácter, unas especies son de porte y otras arbolitos, las hojas de unos son perennes y las de otros caducas, los momentos de floración y fruto son muy diversos y no todos son igual de longevos, pero parece unirlos la falta de manías, y, supongo, una difusa idea vegetal del bien común.