El sismógrafo es «un instrumento para medir terremotos o pequeños temblores provocados por los movimientos de las placas tectónicas». Lo inventó en 1842 el físico escocés James David Forbes, un cerebrito que con sólo 19 años fue elegido miembro de la Royal Society de Edimburgo, a la que quería pertenecer todo prohombre de la sociedad escocesa. En aquella primera versión, el sismógrafo o sismómetro era un péndulo lo suficientemente pesado como para permanecer inmóvil por su propia inercia cuando la tierra se movía. El susodicho péndulo terminaba en un punzón que rallaba un rodillo de papel que tenía pautado el tiempo. Cuando comenzaba el temblor el movimiento provocado quedaba registrado en el papel que, una vez terminado el seísmo, constituía el llamado sismograma.

Todo se mueve en España en estos días previos de constitución de los ayuntamientos y de investiduras de presidentes de las comunidades autónomas donde ha habido elecciones. Algunos creen que, por moverse, se mueve hasta el péndulo, provocando un sismograma político tan emborronado y enrevesado que no hay quien lo analice.

La presidenta Susana Díaz será investida esta tarde, tras la vuelta al mundo parlamentario andaluz en 80 días. La semana pasada llamó en el último ciclo de negociaciones a Juan Marín, rostro de Ciudadanos en Andalucía, antes que a los demás líderes en liza, lo que ya hacía apuntar que el pescado de la investidura estaba vendido. Así era. Las propuestas que Ciudadanos ha acordado con el PSOE andaluz para votar la investidura de Díaz (que no la posterior gobernabilidad), han rebajado las expectativas creadas en una parte de su electorado. Ayer, la página de Facebook de Ciudadanos soportaba una marea de comentarios que criticaban con dureza ese acuerdo para muchos humeante y descafeinado. En cambio, analistas de fuste, como Victoria Prego, valoraban el buen tino de Rivera en demostrar un tactismo a diestra y siniestra que salva de escoramientos a su partido, apoyando a Susana en Andalucía y a Cifuentes en Madrid.

Podemos también se arriesga al desapego al abanderar una misión que suena a vieja política: «echar a la derecha del poder», olvidando aquella perspicaz redefinición de la lucha de clases entre «los de arriba y los de abajo». Y sin importarle que para conseguirlo haya de votar al alcaldable o presidenciable en minoría del PSOE -el partido que Teresa Rodríguez considera casta en Andalucía tras más de 30 años de gobierno sin alternancia, y al que todo apunta que volverá hoy a decir ´No´ en el pleno de investidura en la cámara andaluza-, incluso pactando a tres o cuatro bandas. Marbella, por ejemplo, volverá a tener un alcalde del PSOE con su apoyo casi 25 años después de que al socialista Francisco Parra le arrebatara la alcaldía Jesús Gil en 1991.

Cómo estén encajando estos movimientos los votantes de quienes están ahí para hacer temblar, más o menos, la tierra, será el verdadero sismograma.