No tenemos remedio. Hablo hoy de la inveterada costumbre -impensable en otras latitudes- de realizar añadidos y alteraciones improvisados en obras recién terminadas. Hay un dicho entre los arquitectos que prescribe realizar la foto del bloque de viviendas justo antes de la entrega a los definitivos moradores, y no volver jamás. Se evita así ser testigo de la eclosión de tejadillos, cerramientos y otros aditamentos no previstos que de forma descoordinada irán adueñándose del edificio. También las administraciones públicas: vean si no lo sucedido en el Palmeral de las Sorpresas, ese espacio verde ganado a los muelles que pretendía ser una duplicación del Parque más allá del Paseo de los Curas y se ha convertido en una transitada vía en cuyos márgenes se acumulan cachivaches diversos. La discutida verja portuaria, que se temía constituyera una barrera en el recorrido transversal entre ambos recintos ajardinados, ha sido eficazmente relevada en tal función por los chiringuitos existentes en el palmeral, que han multiplicado su superficie y convertido los alrededores en espacio de almacenaje al aire libre. Por no hablar de la anunciada noria, cuya ubicación propuesta será la más conveniente para el concesionario, pero la menos apropiada para la ciudad. Cuestión distinta es el hotel que se baraja junto a la terminal de cruceros, previsto ya en origen y que, bien diseñado, podría constituir un conjunto arquitectónico valioso. Pero, ¿es ése el modelo de ciudad que nos conviene? Y tiremos de hemeroteca: conviene recordar que, cuando el malogrado auditorio -un equipamiento público- se planeó allí, voces autorizadas clamaron contra tal idea por los problemas de accesibilidad que plantearía y por los inconvenientes de «realizar cimentaciones profundas en alta mar»; cuestiones que, por lo visto, se soslayan ahora con un equipamiento privado de 130 m de altura.

*Luis Ruiz Padrón es arquitecto