Hoy hace un día espléndido, soleado, tan templado que nos invita a pasear por la orilla del Mar Mediterráneo de la mano de nuestra persona más querida. Bonito ¿no? La verdad que si uno no se entretiene es porque no quiere o no tiene suficiente imaginación como para poder trasladarse al lugar donde nacen todas las bellas historias que han sido y serán sin que nos cuesten ni un chavo. Cuando me reúno con alguien que es incapaz de ponerse a la altura del desinformado y carece de la buena voluntad de cumplir con ese buen mandamiento, Enseña al que no sabe, me entristezco y me hago el firme propósito de hacerle cambiar, sin que lo note, claro. Por ésta.

Hace varias noches vi en la televisión un programa sobre Sidi Ifni. Los que vivimos durante muchos años en esas tierras africanas, otrora españolas, somos conscientes de que fuimos muy afortunados porque, aunque viviéramos tan lejos de España, nos sobraban alimentos -que procedían de la piel de toro- colegios e institutos inmensos, un buen hospital, todo aquello de lo que carecían miles de los habitantes de España, en los años 50 del siglo pasado. Mi gente me pide que escriba mis vivencias en esas tierras, pero les contesto que no. Remover el pasado jamás hace bien, ni al que lo cuenta, ni al que lo lee. Pero, a pesar de todo, para mí siempre será la tierra donde aprendí a ser persona de bien, gracias a mis padres y a los magníficos profesores que se esforzaron en que fuéramos divinos de la muerte.

Bueno, ¿cuántos espetos habéis comido este pasado finde? Las sardinas están en su mejor momento, son magníficas para bajar el colesterol, para lucir un bonito cabello, para inspeccionar que la báscula no se emborrache y apunte el doble de kilos, en fin, que hasta el presupuesto se comporta a nuestro favor. El Señor se lo premie.