Es un cabildeo a toda máquina el que se desarrolla desde hace meses en Bruselas en preparación del polémico Tratado de Libre Comercio e Inversiones entre Estados Unidos y la Unión Europea.

Es por la importancia de los dos bloques que negocian desde julio de 2013 el mayor acuerdo comercial del mundo y lógico escenario de una batalla de poderosos grupos de presión a ambos lados del Atlántico, deseosos de influir en su redacción para defender sus intereses.

Según denuncia en su último informe el Observatorio de la Europa Corporativa, que sigue lo que se cuece en los pasillos y despachos de la capital comunitaria, en los últimos tiempos ha aumentado de modo considerable el cabildeo de algunos grupos industriales, sobre todo el farmacéutico.

Ya había advertido de ello ese observatorio cuando se conoció el nombre de la nueva comisaria de Comercio, la sueca Cecilia Malmström, considerada muy receptiva a las preocupaciones estadounidenses.

En los seis meses posteriores a su llegada a ese puesto, en noviembre del año pasado, la comisaria y los altos responsables de su departamento han mantenido 122 reuniones a puerta cerrada con grupos de presión, de los que un centenar representaban a la gran industria y el resto, a organizaciones de interés público.

Lo más preocupante, según el Observatorio, es que uno de cada cinco grupos de presión no figuran en el llamado Registro de Transparencia, y entre ellos hay poderosas compañías multinacionales.

En Bruselas han estado desde el principio de las negociaciones especialmente activas organizaciones como la Federación de Empresarios Europeos, BusinessEurope, el Transatlantic Business Council, que representa a setenta multinacionales europeas y estadounidenses, el lobby del automóvil ACEA, el Consejo de la Industria Química Europea, CEFIC, el farmacéutico, EFPIA, o Digital Europe, en el que figuran Apple, IBM y Microsoft, entre otras multinacionales del sector informático.

Pero ha sido en los últimos meses, ya con la comisaria Malmström, cuando han reforzado su actividad cabildera sectores tan poderosos como el farmacéutico, los de ingeniería y maquinaria y el de la biotecnología.

En concreto, mientras en Bruselas niegan que vayan a debilitarse la legislación sobre transgénicos, como buscan los exportadores norteamericanos, que ven en ella otros tantos obstáculos a sus pingües negocios, el Observatorio habla de triquiñuelas por las que se intentan sortear las normas europeas sobre seguridad alimentaria o estándares fitosanitarios.

Se trata sobre todo de determinar si los organismos manipulados genéticamente gracias a las nuevas técnicas como la llamada «cisgénesis», las basadas en los oligonucleótidos y otras cuyos nombres sólo serán familiares a los especialistas, entran dentro de la actual clasificación europea sobre transgénicos.

El Observatorio denuncia por otro lado que continúan las puertas giratorias en Bruselas debido a la propia debilidad del reglamento que trata de impedir los abusos de quienes han ocupado puestos de responsabilidad en la Comisión o han sido miembros del Parlamento europeo.

De ahí que abogue por establecer una prohibición de tres años para desempeñar cualquier trabajo de cabildeo que pudiese representar un conflicto de intereses en el caso de los excomisarios y altos funcionarios.

Para los exeurodiputados o exfuncionarios de menor importancia, el período de abstinencia podría reducirse a dos años, según el Observatorio. Veremos.