Después de siglos oculta en la parte más íntima del hogar, o en el sancta sanctorum de las casas de comida, la cocina se ha externalizado, eviscerado, roto aguas, y se ha hecho espectáculo, o sea, algo que se ve y la gente mira, oye, toca, no sólo huele y saborea. Me interesa siempre el primer pliegue de la cosa. Quizás todo naciera cuando, hace ya décadas, la entonces llamada nueva cocina comenzó a prestar tanta atención a la presencia del plato como al producto culinario, buscando que entrara por los ojos al primer golpe de vista, y haciendo del plato una composición plástica en formato redondo. Luego llegó el culto al cocinero, su estatuto de artista, al ser ungido como tal por la burguesía (que es la que siempre unge). Ya en sazón el héroe, entró en simbiosis conyugal con otro agente invasivo, las pantallas. De esa unión nació el divino enjambre que nos persigue a todas partes.