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La mirilla

Largo y caro verano musical

Ya han comenzado los «Proms» de Londres y están a punto de arrancar los festivales de Bayreuth y Salzburgo. Sin perjuicio de otras convocatorias de gran nivel, como Glyndebourne, Aix-en-Provence y Lucerna, son aquéllas los grandes iconos del verano musical europeo. Salvo en los multitudinarios conciertos sinfónicos en el Royal Albert Hall londinense, que mantienen precios populares, las localidades de la «verde colina» wagneriana y los teatros «grosses» y «kleines» del pueblo de Mozart se han hecho casi inaccesibles. Su democratización se aprecia únicamente en la pacífica convivencia de las indumentarias de lujo con el estilo «casual» o la ropa vaquera de quienes van para ver, no para ser vistos. Los hoteles cuestan el doble que sus homólogos vecinos y la ciudad está llena de familias que alquilan camas a módico precio.

Sin embargo, el saludable cambio empieza a notarse en los viejos santuarios. Bayreuth presumía de ser inaccesible a quienes no quieren aguantar siete o más años en lista de espera (salvo que paguen la cuota de la Sociedad de Amigos, que solo da derecho a entrar en el sorteo de un precario taco de entradas). La gente joven esperaba en los alrededores una respuesta al «Suche Karte» (Busco localidad) de sus pequeños carteles, y en ello seguía durante los dos entreactos, confiando en que alguien, aburrido, decidiera irse vendiendo el tique por uno o dos tercios del precio oficial. Pero el mito ha caído. Los caprichos de la actual directora, Katharina Wagner, biznieta del fundador -tercera generación, al fin- han hecho el asombroso milagro de que sobren entradas en taquilla. Ver para creer.

Salzburgo es mucho peor. Sus adeptos cosmopolitas ya pagan más de 500 euros por una butaca de ópera, con espectáculos «de vanguardia» que a veces no valen ni la mitad. Pero el turismo de mochila bloquea la ciudad y todos los comederos populares para gozar de la asequible oferta alternativa (Mozarteum, Mirabell, Residenz, iglesias...), lo que, unido al agobiante calor, la humedad del río Salzach y las copiosas lluvias, hace rentable la dormida en suelo alemán (a solo 14 kilómetros). La Europa de la austeridad se reserva el derecho a los lujos caros, mientras los griegos disfrutan del corralito. El IVA cultural está por las nubes y nadie se queja. Porque, seamos sinceros: ¿qué wagneriano de pro dejaría de endrogarse con el «Tristán» de este año, que por vez primera dirige Thielemann en Bayreuth? Si estorba la escenografía de Katharina, con cerrar los ojos se acaba el problema.

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