Hay pocas personas a las que odie más que al desaprensivo del SAS encargado de comprar los sillones de acompañante para los hospitales. De verdad, pienso que hay que ser imbécil de remate para tener un presupuesto y gastarlo en base al criterio de la incomodidad, pues estoy seguro de que además son los más caros. Me parece estar viéndolo, debe tratarse de un huérfano huraño y sociópata que vive alejado del contacto humano y por tanto jamás ha visitado a un amigo o familiar enfermo. Otra explicación no le veo más allá de sentir alguna extraña filia por las técnicas de interrogatorio del KGB.

Otro que también debe estar orgulloso de su labor es el tonto con avaricia que pensó que estaría bien concederle un premio nacional a Fernando Trueba. Se ve que en España hay falta de meritorios y no ha quedado otra que dárselo a él. Hasta ahora yo creía que a la hora de conceder un galardón prestigioso (Nobel, Princesa de Asturias…) se constituía un jurado que analizaba la trayectoria y los antecedentes de los candidatos, se valoraba su figura y finalmente se alcanzaba un veredicto. En este caso parece que quien investigó al cineasta olvidó su hispanofobia, su desfachatez y un estrabismo mental que le hace ver franceses por doquier.

Tampoco puedo olvidarme del lerdo que decidió vender armas al Estado Islámico para enfrentarse al dictador Bashar al-Asad. Qué mente más privilegiada, qué despliegue de geoestrategia, qué alarde de previsión, qué visión de futuro. A este le encargan la consecución de la independencia catalana y acaba de president de la Generalitat Homer Simpson. Bueno, visto lo visto puede que éste dechado de virtudes ya fuera contratado hace meses de asesor externo.

Otro memo digno de mención es el que tomó la decisión de desregular el sector del taxi. Un gremio de autónomos que da de comer a 100.000 familias en toda España se ve ahora amenazado por la brillante idea de alguien que considera más apropiado dejar el servicio público en manos de grandes corporaciones que se lleven el gato al agua ofreciendo usos ajustados a la mínima inversión. Aliexpress se está cargando el comercio textil, Amazon compite con las distribuidoras de alimentación, Spotify atesora la música y las aerolíneas de bajo coste imponen sus condiciones de vuelo hasta que nos exijan empujar el avión con la maleta a la espalda. Lo próximo será liberalizar las farmacias, las notarías, los registros, los accesos a los colegios profesionales y cualquier trabajo que pueda caer en las manos de grandes corporaciones que condicionen su utilización a cambio de casi nada.

Pero hay uno por encima de todos que se lleva la palma, el premio al inútil del año. Me refiero al majadero que no ha encontrado una solución digna al martirio de la pequeña Andrea, la niña gallega que sufre los dolorosos síntomas de una enfermedad terminal que le ha robado la infancia, la dignidad y la sonrisa. Entre el Comité de Ética, los pediatras, los padres y las asociaciones en pro y en contra de la ortotanasia han conseguido poner en evidencia, de nuevo, la ineptitud del S.XXI para afrontar ciertas cuestiones que deberían haberse superado hace muchísimos años. No quedó más remedio que dejar el asunto al arbitrio del juez, un magistrado que se vio obligado a participar en una controversia vital para imponer su criterio y conjugar los inviolables derechos de la menor, el sacrificado interés de los padres y el protocolizado juramento hipocrático.

Al final una de las partes ha cedido y la verdad judicial no ha de intervenir debiendo obviar los sentimentalismos y los prejuicios para decidir conforme a la ley; nada más, y nada menos.

Los inútiles mientras tanto seguirán andando aunque sepan que la vereda hace tiempo que se acabó. Y nosotros a verlos venir.