'Vinieron las lluvias' fue el título de una buena novela (1937) y posteriormente el de una buena película. Fue uno de los 30 «best-sellers» del escritor y ecologista estadounidense Louis Bromfield. Esta vez no me ha costado demasiado trabajo localizar el libro, en el laberinto de una biblioteca doméstica a la que se le saltaron las costuras hace ya bastante tiempo. Mi ejemplar de The Rains Came es una pundonorosa edición británica de esta obra de Bromfield. Editada por el Book Club londinense. Es un libro que todavía conserva cierta prestancia física, aunque ya esté algo deteriorado por el paso del tiempo y un uso probablemente intenso en los años cincuenta.

Fue publicado en julio de 1939. Un par de meses antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial y tres meses mal contados después del final de nuestra feroz guerra entre hermanos. En la página de honor lleva una firma estampada en tinta de color turquesa. Obviamente fue una tinta de gran calidad, pues su huella está perfecta, sesenta años después. Es la firma de Fred Saunders, el director del Hotel Santa Clara de Torremolinos. Al que conocemos como el Castillo del Inglés, el del comandante George Langworthy. Sigue siendo el hotel mágico, varado en sus mitos, intensamente añorado por los cada vez más escasos supervivientes de aquellos años prodigiosos.

A Fred Saunders, mi jefe en aquel lejano año de 1957, le gustaba escribir su nombre en los libros de la biblioteca dedicada a los huéspedes del hotel. Debajo de su firma escribía «Santa Clara». Nada más. Y nada menos. Años después me encontré esta misma firma, muy inglesa y por lo tanto perfectamente legible, rubricando sus palabras de elogio en el Libro de Oro del Marbella Club. Era obvio que a Fred Saunders le había encantado su estancia en ese exótico nuevo hotel de la Costa del Sol malagueña. Flamante creación en un lugar entonces poco conocido, Marbella. Pálida constelación al lado del fulgor de un Torremolinos entonces portentoso. Igual que el Santa Clara fue la criatura de George Langworthy, el Marbella Club lo fue del príncipe Alfonso, joven miembro de la ilustre dinastía alemana de los Hohenlohe. Quizás algún Hohenlohe anterior, súbdito del Kaiser alemán, se podía haber enfrentado al comandante Langworthy, del ejército de Su Majestad Británica, en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Nunca se sabe. El admirativo texto de Fred Saunders casi cubría una página. Fue un elegante gesto de respeto de un veterano hotelero de la Costa del Sol malagueña a un recién llegado. Me imagino que Fred Saunders nunca pudo ver en ese Libro de Oro otra firma, posterior a la suya, de otro ilustre huésped británico del Marbella Club. El que fuera el Rey de Inglaterra y sus dominios, además de Emperador de la India: Eduardo VIII, al que recordamos como el duque de Windsor.

Recuerdo el momento en el que las primeras lluvias llegaban al Santa Clara. Los huéspedes, en su gran mayoría británicos, salían a la veranda de la casa principal para contemplar el milagro del agua que caía del cielo. Como los personajes del libro de Bromfield, aquellos ingleses que en la India salían, al final de la dura sequía, a recibir las primeras aguas del monzón. Aguas, siempre necesarias y deseadas. Aunque también en algunas ocasiones, crueles, como podemos leer de nuevo en esta singular

novela.