En el Santiago Bernabéu se jugó «el clásico» por antonomasia, un Madrid-Barcelona sobre el que Messi dijo previamente haber tenido «buenas sensaciones», según relataba el capitán azulgrana, Iniesta. Pues se acabó: si el argentino Lionel Messi ha capturado en algún lugar de sus intestinos la «sensación» de victoria ya no cabe más que añadir. Pero no es sólo cosa del «clásico» y de Messi, sino que la expresión «tener sensaciones» ha encontrado suelo fértil en el mundo balompédico, que como ustedes bien saben goza de una riqueza lingüística extraordinaria, pues nada se parece más a las declaraciones de un futbolista que las de otro futbolista (exceptuando algún fino estilista).

Pues bien, las invasión de las sensaciones ha sido sensacional. Pongan en un buscador de internet dicho término, busquen noticias al respecto y la mayoría, por no decir todas, son del espacio del deporte, mayoritariamente del futbol, pero también del GP de Brasil, del cross, del baloncesto, etcétera.

Así pues, el más básico de los mecanismos del individuo, y al que una larga tradición filosófica encuadró en el axioma nihil est in intellectu quod prius non fuerit insensu (nada llega a la inteligencia que no haya pasado antes por los sentidos), ha hecho fortuna entre los deportistas hasta el punto de ofrecer múltiples significados: «buenas sensaciones» remite a percepción, a presentimiento, a anticipación, a clarividencia, a intuición, a experiencia gratificante, etcétera. Es así un perfecta apoyatura para no decir nada o querer decirlo todo. Una muletilla sensacional.

Pero no creemos que se trate de un fenómeno aislado, o carente de lógica. Una extendida potenciación del sentimiento, de la emoción, del psicologismo, está arrasando con todo. Todo libro de autoayuda que se precie comienza por desmontar los territorios más firmes de la inteligencia humana. Así se explica que haya reinado tanto la inteligencia emocional.

Una joven amiga se te acerca y te dice: «Siento que el mundo es injusto», pero no se refiere a que le ha dolido sufrir una discriminación o una injusticia, sino que se asoma a su balcón y ve a toda la humanidad y a la inmensidad del planeta hundidos en injustas condiciones. Pero la injusticia objetiva no es materia de «malas emociones»; en todo caso, dicho juicio puede ser la conclusión tras haber reunido y cotejado un número suficiente de casos de injusticia. «Me duele la humanidad», añade mi amiga, lo cual es ya una doble pirueta sin red: ni la humanidad existe ni puede dolerle, ni su «sensación de dolor» aclara nada.

Por lo demás, acuda usted a cualquier página de internet sobre autoayuda y leerá: «Escucha tu corazón: tiene una intensa conexión con tu cerebro», y a renglón seguido: «El doctor tal ha dedicado mucho esfuerzo para observar el papel del corazón en la cognición».

Lo dicho, la autoayuda emocional arrasa con todo (es muy recomendable, por contraste, leer al filósofo Gustavo Bueno en todo lo que tiene de combate con el psilogismo y a favor del Materialismo Filosófico).

Capítulo aparte merecería el encanto elemental de postular un conocimiento extraracional; es seguro que a mucha gente le proporciona «buenas sensaciones». Ya decía Woody Allen que «el cerebro es mi segundo órgano favorito».