Perdona Pepe, mosquetero del PGOU del 83, no entendí nada de geometrías variables; de albero impostado sustituido por un tono blanco hecho de cal y de arena de mortero; de los 750 metros de añadidos que has tenido que derribar y que destrozaron el majestuoso edificio que plasmó el arquitecto malagueño Fernando Guerrero Strachan; de la habilidad espacial en la disposición de los grandes salones o de las depuradas técnicas arquitectónicas que usas con tu equipo para devolver todo el esplendor que le fue robado al Hotel Miramar de Málaga a finales de la década de los ochenta cuando se atentó contra él para convertirlo en un funcional y gris Palacio de Justicia. Es cierto, Pepe, no entendí nada de los minuciosos detalles técnicos, pero sí me quedó cincelado en la memoria, durante la visita a las obras de reforma del hotel, la extraordinaria pasión que el presidente del Grupo Santos, José Luis Santos, tiene por este proyecto desde que adquirió el edificio en subasta pública en 2008. O del reto mayúsculo que afrontas tú, arquitecto José Seguí, para recuperar un elemento clave del paisaje malagueño y una de las referencia arquitectónicas de la ciudad. Me avisaste antes de la visita: «Cuando conozcas a José Luis, te vas a sorprender». Así fué. Quedamos para una visita guiada de una hora, como si fuéramos japoneses recorriendo cualquier tour turístico, pero el entusiasmo y la pasión con la que José Luis Santos describía los detalles de la reforma o el concepto de lo que será el Miramar cinco estrellas gran lujo alargó la visita más de tres horas. Es difícil encontrar a un empresario que pise como hace Santos casi dos veces por semana la obra de su futuro hotel y que conozca detalles que pueden parecer insignificantes para un intruso en esta materia como yo, pero son los que marcan la diferencia entre un simple hotel y uno de cinco estrellas gran lujo.

En unos meses Málaga recuperará una de sus imagenes de identidad, que reforzará, sin duda, el renacer de la ciudad actual alimentada con las aperturas de museos o con las grandes transformaciones urbanas de los últimos años. El Hotel Miramar y la próxima apertura del futuro Museo de Málaga en el no menos majestuoso Palacio de la Aduana reforzarán sus opciones para que Málaga sea reconocida aún mas como una extraordinaria capital turística, cultural y económica. Ya lo es, pero le falta ese detalle de abrir un hotel gran lujo tan emblemático como el Miramar que acompañe a la ya renovada planta hotelera.

La ciudad se reconcilia de alguna forma también con su historia. El grupo Santos, que rechazó fastuosas ofertas para que vendiera el inmueble en plena crisis económica, quiere abrir en 2016 para conmemorar el 90º aniversario de su apertura como hotel en 1926 por los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Y se reconcilia por que el establecimiento fue testigo de la más brillante etapa industrial y de desarrollo de la ciudad que lideró una pujante burguesía que representaban el Marqués de Larios, los Loring, Crooke, Huelin, Gross€, que junto a la batura de Cánovas del Castillo lograron transformar profundamente Málaga tanto en sus aspectos económicos como urbanísticos. Algo similar ha sucedido un siglo después con la transformación urbana y cultural de la capital y, curiosamente, el Hotel Miramar vuelve a ser testigo de excepción.

Durante la visita también aprendí del reconocimiento social que gozan los arquitectos, aunque como me gruñiría Salvador Moreno Peralta, su profesión sufre casi tanto como el periodismo. Pero es cierto. En una de las habitaciones en plena reforma con el mar azul en el horizonte como testigo, Santos, no sin cierta melancolía, comentaba que dentro de muchos años se recordará a José Seguí como el arquitecto que devolvió el esplendor al maltratado edificio del arquitecto Guerrero Strachan, mientras que los empresarios que lo hicimos posible quizás nunca sean recordados. Seguramente sea así, como se comprueba con el mencionado Fernando Guerrero Strachan, pero para ello querido empresario debería haber sido político, pues me cuesta recordar un edificio emblemático donde en la placa de inauguración figura el nombre del arquitecto y no figure el del mandamás de turno.