Carta de una opositora, por Isabel Lupiáñez Tomé

Como opositora, me dirijo al presidente de mi tribunal nº 9, Torremolinos, para rogarle haga extensivo este comunicado a los demás componentes del citado tribunal. El presente escrito no es una reclamación a mi nota de examen, que se ha publicado, porque como bien dijo usted el día de la presentación, no existe ese derecho, así pues, lo expongo a modo de reflexión. Llevo toda mi vida en una permanente y buscada formación: carrera, cursos, doctorado, publicaciones… La otra mañana, con los merecidos nervios, abrí la página del opositor para ver mi nota, 4.6953, y por momentos fue como si se tambaleara mi norte. Me perdí con las cifras. Un examen de filosofía que se calificaba con décimas, centésimas, milésimas, diezmilésimas. Algo me desconcertaba: ¿Qué criterio de evaluación recogía las diezmilésimas, las milésimas?… ¿Quizás citar a Platón en vez de Aristocles? ¿Señalar a Marx como visionario? No, no podían ser los contenidos. Las diezmilésimas tenían que estar en las formas: tres milímetros más de margen a la derecha, enumerar la página a la izquierda en vez de centrada, un mal subrayado, etc. Sí, tenían que estar en esto. Seguro. Me quedé más tranquila. Pero luego seguí reflexionando, porque estuve todo el día en ello, y me dije que mi falta de capacidad para superar el examen no había sido cuestión de diezmilésima, sino de algo infinitamente más cuantioso 0,3047. Así pues, aplicando los principios que Vd. señaló el día de la presentación de igualdad, mérito y capacidad, es una cantidad que indiscutiblemente señala que no estoy apta. Y he vuelto a la realidad, realidad que los que nos dedicamos a enseñar filosofía manoseamos con tanta frecuencia y me he dicho que no, que no me faltan 3 décimas para seguir adelante como docente. Yo he vuelto a recuperar mi norte, espero que alguien perdido/a entre tantos decimales recupere el suyo.