Si hay una palabra o sentimiento que supere aún más si cabe a la noción de la felicidad, por resonancia y magnitud, esa es sin duda la euforia, definida por médicos y psicólogos como un estado físico, mental y emocional en el que se siente un bienestar extremadamente intenso. La misma que sentirán los ganadores de la Eurocopa o la misma que acaban de experimentar los liberados pupilos de sus aulas -que no jaulas- tras un año de trabajo para plasmar en papel el capital neuronal adquirido, que van ya camino del mar o la piscina para celebrar sus esfuerzos. Al igual que un país cualquiera que acaba de superar las barreras de la inoperancia y vuelve a sentir la actividad inquieta corriendo por sus venas, como una bomba atómica cargada de positividad; la euforia, que significa «fuerza para soportar», lleva implícita una amplificación de energía que traspasa el dolor y la adversidad, haciendo vibrar victorioso al que lo experimenta. Esta corta sensación pletórica que implica literalmente «riqueza en fuerza» se explica físicamente como una plétora o exceso de sangre producida como consecuencia de la exposición al estímulo que tanto placer inesperado produce, llevando al cuerpo a un estado de excitación temporal aguda. La satisfacción de las cosas bien hechas, la superación con creces de los objetivos marcados -como la certificación de un 13 cuando lo máximo esperado era un 10-, la sobredosis de café y/o azúcar, los fármacos, cuadros clínicos psicológicos, ciertas actividades íntimas, o simplemente una sorpresa o un inesperado premio gordo de la lotería de la vida, también pueden suscitar tan placentera emoción. Ya lo promulgaba un sabio compositor italiano cantando aquello de «ninguna droga en el mundo tiene el poder de un gramo de mi propia adrenalina». Y es que no es lo mismo encontrarla de forma natural como consecuencia de nuestra conducta y nuestras elecciones vitales sanas y constructivas, que buscarla entre las falsas panaceas que se cobran en materia gris los pequeños falsos momentos de gloria. Como buenos gestores de la felicidad, nos quedamos con el modelo más realista y sincero que puede evocar la plenitud que culmina en este golpe de alegría suprema, a través del desarrollo personal, la domesticación de la voluntad, el tesón, el entrenamiento olímpico para saltar con pértiga los muros establecidos en nuestra mente y la confianza ciega en nuestras capacidades y en nuestro destino. Este tipo de euforia es la mejor medalla, la expresión más sincera del alma que celebra orgullosa la superación de sí misma.