Me ha salido un flemón. Justo cuando pensaba que mi vida estaba dejando de ser emocionante. Se presentó de pronto, como visita inesperada en tarde de sábado. Yo era feliz sin flemón. No es que ahora no lo sea, pero es una responsabilidad añadida y no sé si estaré a la altura. Te cambia la vida. Es emocionante verlo crecer. Ya sabes que no estás solo en la vida, que el flemón está ahí, que te necesita, que tú lo alimentas y cuidas y debes darle calor. Frío, no. Con frío te duele y te entran ganas como de tirarte por la ventana. Es grande. El flemón, no la ventana. Redondeado, me ha tersado el lado izquierdo de la cara hasta dejármelo sin las incipientes patas de gallo. Sin ni una arruga.

Lo malo es que mi lado izquierdo parece seis o siete años más joven que el derecho y, claro, no se puede estar todo el día en la playa o el bar dándole a las gachises el lado izquierdo. Alguna vez hay que poner el derecho. Cuando voy a pedir un Fanta o un tinto, si el camarero me ve el lado derecho me dice buenas tardes, ¿qué quiere tomar usted, caballero? Si me ve el izquierdo me dice, hola, qué quieres tomar. Así, a secas. Bueno, a secas hasta que me pone lo que sea, que entonces ya me mojo el gaznate y me siento bastante mejor. Se han ocupado poco los poetas de los flemones. Mucho con los atardeceres y el amor y las hojas secas y la muerte y el dulce deseo y tal pero poco de los flemones, que tienen rimas casi perfectas y su lirismo y nos hacen sentir vivos. Tan vivos como oler la tierra mojada y esas cosas que hace la gente cuando se quiere sentir viva. Con un flemón te sientes tan vivo que no puedes dormir por la noche (de lo que molesta, claro) y entiendes el verdadero significado de la felicidad: la ausencia de dolor. No sentir un sólo músculo ni hueso. Sentir que estás hecho de nada, de una nada irrompible y ligera, elástica y resistente.

Lo primero que dijo mi médico al ver el flemón fue: vaya, un flemón. Como tenía la boca abierta no pude replicar. Mejor. No hubiera sido un réplica redonda y definitiva -como mi flemón-, con gracia y como de diálogo de buena película, dado que el flemón te deja un poco con los reflejos desgastados. Como achantadito por las décimas de fiebre. Cuando me liberó la boca lo dejé pasar, no dije nada. Sólo quería de él una receta rápida y antibiótica. Tengo un flemón, tengo una responsabilidad. Por eso al salir del dentista e ir a mi cafetería pedí dos cafés, uno para mí y otro para el flemón, que habrá de enfrentarse al antibiótico. Puede que resulte más fuerte que él y se quede conmigo para siempre. Con un flemón se tiene un poco cara de tonto, pero no es descartable que eso nos mejore el rictus. Lo afrontaremos con flema.