Hace ya algunos días que he vuelto de mi primer descanso veraniego, en los que mi notable intento por alcanzar la paz en posición horizontal, purgar mi alma con cerveza y arena, ha sido prácticamente inútil. El cansancio mental es mayor que el físico después de una mudanza en la que las cajas con olor a jazmín y a leches corporales se mezclaban con las etiquetadas, por poner sólo un par de ejemplos, como «dorsales» o «DVDs, música y maquetas de Star Wars». Necesitaba un descanso, al fin y al cabo. Y tras los primeros días de julio poniendo orden al nuevo mundo, llegó el momento. Para acumular arena entre los dedos de los pies. Para estar offline, no disponible e inalcanzable para el doble check azul. Se abrió la ventana para hacer lo diametralmente opuesto a la mayoría de la población actual que narra su día a día vacacional a cada minuto. Para finiquitarlo el día de la vuelta al trabajo con un épico comentario en su perfil o en su timeline, en el que ya añoran unas vacaciones increíbles, acompañadas por un iconito lacrimoso. Y no se van a imaginar la paradoja, que sin palo de selfies, sin viajar a ningún exótico ni espectacular destino y sin gastarme apenas un euro, mis vacaciones han resultado las más increíbles de los últimos veranos que recuerdo que empezaron con Portugal ganando la Eurocopa. Tuve que acostarme, claro, y al despertar en mi sofá, en la televisión un británico loco pedaleaba como nunca antes había pedaleado nadie, desafiando las leyes de la gravedad y la cordura. Días más tarde ese maldito loco, ya revestido de un radiante color amarillo, corría monte arriba como si le persiguiese el mismísimo demonio... o Nigel Farage pidiéndole el voto para el brexit. A partir de entonces, todo fue una locura. Mariano Rajoy y Pedro Sánchez en clave política impedían mi relajación y ya me lanzaban futuras promesas de un nuevo y glorioso domingo electoral para después del verano. Desaprensivos maltrataban a perros en plena ola de calor. Y con el calor me subió la temperatura, claro, y en un despiste que tuve al querer saber cómo estaba la cosa por Málaga leí que no una, sino dos veces, la falta de recursos y personal humano en la sanidad se hacían realidad en el Carlos Haya. Si ya me genera cierta tensión cuidar de mis primos en la playa, no imagino el estado de esa pobre enfermera con más de treinta pacientes a su cargo toda una noche. Y que seguía el maMoneo con La Mundial. Y después un majara en un camión sembrando el caos en nombre de lo que ni él mismo sabe. Y un golpe de estado. Y... andaba confuso, estupefacto ante cosas así. Buscaba la tranquilidad y la realidad me la negaba aunque para mi consuelo no era el único que andaba por las calles con esta inquietud. De nuevo, la respuesta estaba en la red. La cacería había comenzado y yo ni me había enterado ni tenía batería ni ganas de ponerme a atrapar Pokémons. Llegó el final de la primera parte. El segundo intento lo dejamos para septiembre. Feliz verano.