La Costa del Sol no debe morir de éxito. Aún estamos lejos del debate abierto este verano en las Islas Baleares sobre la masificación que ha provocado que este destino insular supere todos sus récord de ocupación durante los meses de julio y agosto, alcanzado situaciones insostenibles pese a la campaña de promoción que vende ese destino como el paraíso de la sostenibilidad. El Diario de Mallorca, periódico del mismo grupo al que pertenece La Opinión de Málaga, Prensa Ibérica, publicó en agosto un acertado reportaje en el que denunciaba el extremo al que había llegado Baleares e ironizaba que mientras el gobierno balear se gasta el dinero público en una campaña para dar la bienvenida al turismo sostenible, el todo vale triunfó este verano en una isla en la que ya se ofrecen a través de webs de alquiler turístico como AirBNB hasta furgonetas, camiones, barcas y pisos patera para alojar a turistas. Entre la oferta ilegal hay hasta furgones en fincas rústicas de parques protegidos como Es Trenc, por 190 euros la noche, y pese a estar prohibido, crece el alquiler a viajeros en edificios plurifamiliares, entre los que abundan los apartamentos en mal estado, sin equipación suficiente y con espacios mínimos. La baja calidad no impidió, por lo visto, que se vendiera todo en un destino que tiene tradición de tener a los mejores empresarios y gestores de hoteles del mundo. Los vecinos, hartos, colgaron pancartas del estilo «Stop guiris», «El turisme destrueix la ciutat (El turismo destruye la ciudad)» y « Tourist go home; Refugees Welcome (Turistas volved a casa, bienvenidos refugiados)», en puntos del casco antiguo de Palma y sobre la mesa está ya el debate de que hay que abordar el decrecimiento turístico y la diversificación de la economía, no de la oferta turística. De hecho, Baleares ha fijado la vista en Capri como modelo a seguir. Aunque existen otros ejemplos insulares en donde se aplican limitaciones a la entrada de vehículos e incluso a la tenencia por habitantes, la isla italiana ha abierto el camino para prohibir la entrada de coches durante los meses de verano. La iniciativa, descabellada para algunos, se ha convertido ya en una propuesta seria para atajar el problema del colapso turístico hacia el que Baleares camina con paso firme. De hecho, el Consell de Formentera ha decidido abordar la cuestión igual que el de Eivissa, donde no descartan secundar iniciativas similares. Todo ello para poner freno a una descontrolada llegada de turistas que amenaza con agotar los recursos naturales.

Esta situación que se está viviendo en Baleares no es nueva en otros destinos turísticos urbanos. El turismo es una gran fuente económica a la que se han agarrado las ciudades, pero cuando la presión turística es excesiva puede provocar graves problemas sociales y de convivencia. Existen muchos ejemplos de estas ciudades como Barcelona, con una población de unos 1,6 millones, que recibió en 2015 casi 9 millones de turistas; Venecia 57.000 habitantes y recibe cada año a unos 22 millones de turistas o Amsterdam con 800.000 habitantes y 13 millones de turistas. Este trastorno de las ciudades víctimas de su éxito turístico podría llamarse síndrome del parque temático. El turismo aporta dinero, no hay duda de esto, pero suele omitirse que también genera grandes gastos: creación o ampliación de instalaciones, incremento de servicios como recogida de residuos, limpieza o policía y partidas diversas orientadas a la promoción turística. Y mientras el dinero que aporta el turismo se queda en unas pocas manos, el gasto lo pagan todos los habitantes de la ciudad con sus impuestos, que suben notablemente. Exitosos documentales como «El síndrome de Venecia» o «Bye bye Barcelona» muestran los impactos de la presión turística sobre los destinos. Estas ciudades trabajan para regular el crecimiento turístico y evitar la presión excesiva en sus ciudades mediante la suspensión de licencias turísticas durante un año o prohibiendo que los vecinos alquilen más de 30 días sus pisos o apartamentos.

Afortunadamente la Costa del Sol y Andalucía no se asoma ni de lejos a este abismo, pero el récord de visitantes durante este verano con municipios que han colgado el cartel de «no hay billete» debe servir para decidir si la apuesta de nuestro destino debe ser el de la masificación con precios bajos o trabajar por un turismo más sostenible, con más capacidad de gasto, más fiel y con más estancia media. Un ejemplo puede ser Marbella, que corre el peligro de desdibujar esa imagen de marca de turismo de calidad y sostenible. En la Costa del Sol siempre ha existido también la preocupación por la competitividad futura de un destino maduro que en demasiadas ocasiones se empeña en exhibir sus fortalezas como debilidades. Posiblemente existan pocas zonas turística tan preparadas, con tan buenos profesionales y con una excelente oferta complementaria como la de nuestra provincia, pero hay una serie de indicadores que avisan de que es necesaria una urgente parada y fonda para trazar líneas estratégicas que definan qué tipo de oferta y demanda turística queremos en el futuro. Quizás ya no se trate de seguir creciendo en número de turistas, si no en la calidad de esos turistas. El reto no es menor, pero merece la pena porque la oferta, aunque se puede mejorar, ya la tenemos, sólo hay que despejar las incógnitas que nos hacen perder competitividad cualitativa a pesar de ganar en peso cuantitativo.

Durante estos años de crisis vivimos la paulatina bajada de la estancia media; observamos como el presupuesto medio del viaje del turista, sobre todo nacional, descendía o que se cotizara a la baja el gasto medio diario de bolsillo del turista. Por ello, uno de los objetivos será buscar las fórmulas que permitan mejorar los ingresos con menos turistas renovando la oferta de productos para aumentar la estancia media; creando otros que incentiven el consumo o implantando la comercialización directa de las empresas turísticas vía internet con el cliente. Por ejemplo, en Málaga capital se debe trabajar para aumentar la estancia media, de apenas dos días, pues tiene producto cultural para captarla.

La Costa del Sol y Andalucía aún están lejos de esos graves problemas de masificación turística, pero se debe poner orden en una industria que seguirá creciendo casi por inercia y poner coto a esas ofertas salvajes y a los apartamentos irregulares que tanto daño hacen al sector.