El destino ha hecho que vuelva a trabajar en el mismo club que Sergio Risoto. Él es, al menos para mí, uno de los mejores entrenadores de formación que tenemos en la provincia. Estoy convencido de que Risoto no ha tenido las oportunidades que merecía su valía.

Sergio es un hombre del baloncesto. Fue jugador en Maristas y demostró ser un excepcional tirador. También se atrevió a ser árbitro, siguiendo los pasos de su padre. En este campo también fue muy destacado y no olvidaré verle arbitrar formando pareja con nuestro amigo común Dani Hierrezuelo. Y por último, se hizo entrenador, campo en el que sigue dando lecciones cada día que se pone delante de un equipo, sea cual sea el grupo de jugadores o jugadoras que le toca formar, porque se ha atrevido a entrenar en masculino y en femenino.

Es de esos entrenadores de la vieja escuela, como yo. De la vieja escuela no porque haga baloncesto de los años setenta. No me refiero a eso. Es de la vieja escuela porque es de esos entrenadores que se ha formado como entrenador acercándose a otros entrenadores con mayor experiencia para aprender de ellos. Y lo ha hecho de manera desinteresada, sabiendo que el pago a su trabajo consistía en beber de los conocimientos de los que él consideraba los mejores. Fue lo suficientemente inteligente para estar cerca de Pedro Ramírez, Kiko Castillo, Manolo Povea y otros entrenadores compartiendo pista o fabulosas tertulias de baloncesto en las que íbamos a oír callados para aprender a entrenar, transmitir, enseñar o liderar.

Ahora es curioso que hay otros entrenadores que le buscan a él para compartir tertulias y oír a Sergio hablar de baloncesto.

La virtud que más valoro de Risoto es que es un hombre de club. Es de esas personas que no sólo forma parte de un club porque entrenan a un equipo. Él está para lo que haga falta. Si hay que pitar un partido está el primero. Si hay que trabajar en la organización de un torneo, no se le caen los anillos por ponerse detrás de una barra, cargar canastas o atender a un equipo participante.

Por todo esto tenía claro que en el momento que pudiera tenía que luchar por incorporarle a mi club porque él, además de hacer crecer a sus jugadores en el baloncesto y en la educación, es un modelo a seguir para los entrenadores más jóvenes porque además él se entrega por su club como el que más.

Encima Sergio es mi amigo, amigo de los de verdad. Pero esto es solo un detalle secundario porque el Sergio que nos interesaba es el profesional. Ahora bien, como amigo me aporta dos aspectos que también son muy importantes en el trabajo y que yo valoro enormemente: la lealtad y la crítica.

Él va a poner su alma en el proyecto porque sabe que su amigo está implicado y lo hace porque considera el proyecto como suyo. De hecho, lo consideraba sin estar dentro sólo porque yo estaba involucrado. También va a decirme a la cara aquello que no vea bien, aquello en lo que yo me equivoque. Y lo hace con la libertad de que sabe que le voy a escuchar y seguramente hacerle caso, pero con la grandeza de aceptar cuando no comparta su opinión apoyándome a muerte aunque no coincida conmigo.

Sin duda mi mayor alegría es que voy a compartir nuevamente banquillo con mi amigo en el equipo senior. Aquí sí que soy un privilegiado por compartir cancha y responsabilidad con Sergio. Él tiene capacidad técnica, táctica y emocional para ser el entrenador del grupo. Pero tiene la humildad para asumir su trabajo como entrenador ayudante aunque de una manera protagonista, como no podía ser de otra manera.

Nos quedan muchas horas de entreno juntos, muchas horas de coche hablando de baloncesto, viajes de autobús para ir a jugar a pabellones por toda Andalucía y un sinfín de partidos que dirigir juntos.

Seguro que para él es un sobreesfuerzo brutal porque compatibiliza su profesión con su labor en el club y esto es duro. Pero lo que no sabe es lo que yo voy a disfrutar por compartir todo esto con él, a disfrutar tanto o más como esos niños a los que va a entrenar este año en CB Marbella y que ya lo idolatran como lo que es, un grande de la formación.