Cuando este país más necesita que los políticos se dediquen a él, los partidos sólo se dedican a sus políticos. En ese reino aparte tan revuelto, creado y sostenido por quienes lo habitan, al ciudadano se le mira sólo como un lejano horizonte, apenas una raya al final del mar de los sondeos, únicamente próximo cuando sube la marea electoral. El equilibrio entre los escasos militantes que tienen los partidos en España y los millones de ciudadanos que deben refrendar los programas de esos partidos en las elecciones con su voto está difícil, muy difícil. Y no sólo la guerra civil socialista lo está poniendo en evidencia.

Militantes vs votantes. Muchos votantes han descubierto algo con la falla de la «vieja política» y la irrupción de Podemos y Ciudadanos, aún no consolidados del todo como partidos aunque ya lo sean (de ahí sus problemas internos), porque aunque presuntamente están formados por gente que pretende disputar el monopolio político a quienes se habían instalado en él, eso no se consigue sin mancharse en un terreno tan embarrado. Muchos de los más de 35 millones de votantes que hoy forman el censo electoral han descubierto que las decisiones que, por activa o por pasiva, toman en sus partidos unos miles de militantes (189.000 en el PSOE y 800.000 en el PP) recaen sobre el país entero cuando esos partidos tienen responsabilidad de Gobierno o relevancia en la oposición. Por eso se da el caso de que, muy alejados de la adhesión inquebrantable de los militantes a sus dirigentes, adecuados o no, cada vez más simpatizantes o votantes nuevos se sienten alejados de esos militantes. Como antes se alejaron de los partidos por su omnipresencia asfixiante, su sectarismo, sus intereses tribales, sus contradicciones entre lo prometido y lo luego hecho y su depredador vampirismo de las instituciones de todos.

Felipe era dios. En el PSOE, por ejemplo, la salvaguarda de los cargos obtenidos desde 1982 y su estela clientelar a medida que se ganaban elecciones fue apoderándose de sus valores ideológicos (lo que define todo partido «de masas» frente a uno «de cuadros», como nacía el PP). Con los años, al andar antes ligero de sus señorías se le fue notando el bamboleo pensionado de la silla pegada al culo. Pero la militancia callaba o parecía mirar para otro lado mientras Felipe era Dios (como el mismo dijo que pensaban de él en Chile el otro día, el siguiente de quejarse del engaño de Sánchez). De la misma manera que Susana Díaz calló en el comité federal, cerrando filas con Sánchez para decirle a Rajoy que le negarían tres veces (No, No y No), antes del golpe que ella lidera y que ha llevado a proclamar a una de las verónicas andaluzas, presidenta de la clase, que ella y sólo ella manda ahora en el partido de Sánchez. Lo expresó Verónica Pérez anteayer con tal vehemencia a transeúntes y voceros que ni siquiera la dejaron entrar en su oficina de la calle Ferraz. Hoy sábado se vuelven a ver las caras quienes mandan y quienes ya no en el PSOE. Pero nadie sabe quiénes son.

Ni techo ni suelo. No sé si es justo lo que nos está pasando en este país. Si no es más que lo que nos merecemos (unos más que otros, como siempre). Pero sí sé que esto no es bueno. Con los retos que tiene España y las necesidades extremas de muchos españoles, incluidos los que han perdido la clase media y siguen sin encontrarla, esta frivolidad es insultante. El espectáculo a muchos nos resulta ajeno e irrespirable. Y son lacerantes las traiciones de quienes pretendían tener, por ejemplo, un brazo sobre los hombros de Sánchez sin soltar la mano de Susana Díaz (porque este partido se juega sobre todo en Andalucía con los votos que, aunque a la baja, siguen manteniendo al PSOE ahí arriba en riesgo definitivo de despeñarse) En todo caso, para quienes se empeñan en hacernos creer que los problemas del PSOE los ha traído Sánchez -quien sólo ha venido a poner la puntilla con su impericia e incapacidad manifiesta- ahí están los resultados de las elecciones de 2012, incluidos los últimos de Susana Díaz y la constante advertencia demoscópica de la imparable sangría de votos socialistas, en paralelo a la nueva cultura electoral de una cantidad importante de ciudadanos que ya no son ni votantes tradicionales ni suelo de nadie.

¿Está el enemigo? Lo he escrito otras veces, estamos muy solos. La contaminación partidista de todo lo institucional ha generado servilismo e hipocresía, ha dinamitado los valores ideológicos y ha generado una gran ausencia de razones de Estado. Hay demasiada gente que es más de su partido o facción de su partido que de la colectividad. Dices «Me duele España» y, mientras tú tienes a Unamuno en la cabeza, demasiados sospechan que eres el enemigo€

Porque hoy es sábado...