Grigori Potëmkin -pronúnciese Patiomkin- fue un aristócrata ruso que, además de militar y estadista, era favorito de la zarina Catalina la Grande. Su apellido ha pasado a la posterioridad gracias a la película que el director de cine Serguéi Eisenstein le dedicó al acorazado bautizado en su nombre. También se le recuerda por otra cuestión: la creación de ciudades ficticias a lo largo del recorrido seguido por el cortejo de la zarina a través de Crimea, con el fin de hacer creer a Catalina en la prosperidad de los territorios que atravesaba. Así, las poblaciones de bellas fachadas que se vislumbraban a través de la ventanilla del carruaje eran sólo un decorado que maquillaba la realidad.

El arquitecto Adolf Loos recordaba esta faceta del personaje cuando definió a la Viena de principios del siglo XX como «ciudad potemkin», aludiendo a la ostentosa ornamentación de las fachadas de la época que, sin embargo, ocultaban viviendas de alquiler mucho más modestas de lo que su aspecto exterior sugería.

Un siglo después observamos de nuevo la sombra de Potemkin proyectándose sobre el centro de Málaga: plaza del Teatro, Carretería, Victoria. Arquitecturas que han sido privadas de su sustancia edificada, vaciadas de contenido, convertidas en una simple cáscara a través de cuyos huecos vemos el azul del cielo, y que habrá de envolver un moderno edificio de hormigón compartimentado al mínimo. Contraviniendo la idea de que un edificio es un sistema coherente en el que la fachada es uno más de sus órganos.

El palacio de Solesio en la calle Granada es el caso más escandaloso. Un edificio con protección integral que se vaporiza dejando solo la piel. Las sospechas sobre la actuación son muy graves y bien fundadas: investíguese y depúrense responsabilidades.