La primera vez que puse un pie en esta buena tierra, paseaba por la calle Mármoles y, hallándome algo más despistado que de costumbre, tuve la necesidad de preguntar a algún viandante qué ruta tomar para llegar al Hospital Materno Infantil. En esos trances, paré a una señora ya entrada en años y, de usted y con cortesía, le pedí por favor que me indicara la dirección. Aquella mujer, sin conocerme de nada pero sin dudarlo ni por un momento, me cogió del brazo, me llamó «mi rey» y, con una conversación sorprendentemente cercana y fluida para quien está habituado al trato de interior, me acompañó hasta la puerta de mi destino. Ocho años después, me siento con la suficiente autoridad como para proclamar que así es Málaga. Y no sólo en lo que a la personalidad de sus vecinos respecta, sino también en su engranaje urbano y en sus servicios. Cariñosamente destartalada en sus desaciertos y tremendamente eficaz y ágil en sus avances. Pero si me obligaran a destacar una cualidad por encima de otras, me atrevería a decir que Málaga siempre da algo más aparte de lo que se le pide. Al igual que aquellos relojes de la infancia de mi generación que, además de tener linterna, calculadora y cronómetro, también te daban la hora. Como tantas veces y por tantos se ha dicho, Málaga se alza de manera incuestionable como el motor económico de Andalucía. La muestra en macro de sus cifras ya fue expuesta hace unos días con aires de bonanza por el consejero de Empleo, Empresa y Comercio, José Sánchez Maldonado, quien situaba a la provincia como líder en todos los indicadores económicos conforme a lo referido en el reciente Informe sobre la Situación Socioeconómica de Andalucía. En este orden de cosas, las instituciones siempre han procurado transmitir, a los de dentro y a los de fuera, una imagen de ciudad moderna, emprendedora y comprometida con la creación de un espacio en el que inversores, autónomos y pequeñas y medianas empresas puedan intercambiar ideas y evolucionar en paralelo. Pero en definitiva, sin entrar a discutir el trasfondo, los matices y las segundas o terceras lecturas de las cifras documentadas, lo que bien es cierto es que este tipo de evaluaciones, en ocasiones algo etéreas, tienen limitado su radio de influencia y no terminan de calar en el respetable. Sin embargo, el ciudadano de a pie, como aquella señora que me acompañó hasta el Materno, sí que es consciente de que ese carácter malagueño de dar más allá de lo que se espera es lo que verdaderamente engrandece la calidad de los servicios de nuestro ecosistema social. Y para ponerles algunos ejemplos de este don tan autóctono tampoco hace falta irse a las grandes empresas del escalafón. Así, si se adentran en las profundidades de la librería En Portada, se darán cuenta de que, a efectos de despacho, no sólo le preguntarán qué libro es el que desean comprar sino también qué tipo de libro les apetecería leer, y les darán buen consejo. Y del mismo modo, si paseando en soledad decidieran hacer parada en Los Gatos para tomarse una cerveza, no se preocupen por la falta de compañía. Acérquense a la barra y saldrán de allí con una buena charla a sus espaldas y algún que otro amigo entre los parroquianos. Incluso es posible que les inviten a otra caña cuando pidan la cuenta. O, si les parece, visiten la Antigua Casa de Guardia, donde alabarán las virtudes del Pajarete mientras les van apuntando la dolorosa sobre el mostrador con un cacho de tiza. Y si tienen necesidad de cortarse el pelo, es posible que en la peluquería Vintage les inviten a un café mientras esperan su turno disfrutando de una cálida conversación entre las mieles decorativas de las pin-ups de los años sesenta. Esquinas con carácter que dan más de lo que ofrecen y no necesariamente vinculadas al folclore. Pasen y vean. El malagueño lo es de puertas para adentro y de puertas hacia fuera. Se lo digo yo. Como aquella señora que, no sé si ya les he contado, me acompañó una vez desde la calle Mármoles hasta las mismas puertas del Materno.