La Málaga de estos días me ha sugerido una clara evocación a un viejo cuento infantil. No recuerdo muy bien el hilo conductor, es posible que les mezcle datos de su trama con ideas que vaya improvisando para solventar las lagunas de mi mala cabeza. Me temo que tengo una memoria infame. Entre el trabajo y demás obligaciones no da uno abasto. Pero comienzo, no les aburro con intimidades. Ahí va. Aquel relato principiaba con la afanosa iniciativa de tres animales cuya especie alteraré deliberadamente por aquello de las comparativas. Aquí hay que andarse con pies de plomo porque luego, aunque uno pretenda poner el acento en la moraleja, te pueden llegar de por ahí todo tipo de réplicas diciendo que si has asemejado a Fulano o a Mengano con un cerdo o un zorro, animales dignísimos pero portadores de una gran carga metafórica a sus espaldas. Digamos pues que a tres ornitorrincos, por ejemplo, mamíferos simpáticos, asépticos y bien considerados en todos los estratos e ideologías, les dio por emplearse de manera hacendosa en una serie de proyectos arquitectónicos y urbanísticos de carácter propio. Así, por abreviar y aglutinar, dos de ellos decidieron construirse una casa sin escatimar gastos en lo referente a la belleza del inmueble y de su entorno pero sin tomar en consideración otras medidas de seguridad, cimentación y prevención. En aquel sitio, ojo al dato, solía llover de vez en cuando. Y aquellos bichejos lo sabían. De hecho, no sólo era llover. Por aquellos lares, de tarde en tarde, se dejaba caer una tromba de agua que arrasaba con todo lo que se le ponía por delante. Tornados y techos de uralita volaban, para más señas. Pero, en cualquier caso, la cuestión es que las casas de los ornitorrincos comenzaron a edificarse con muestras de esplendor y magnificencia. La majestuosidad del almohadillado florentino exterior, la incomparable calidad de sus molduras y el fastuoso aroma de las maderas nobles que conformaban el frágil proyecto hacía las delicias de propios y ajenos. El cuadro, de cara al turismo, brillaba con luz propia. Y la gestión, a mi parecer, era también más que buena, porque todo proyecto que se presupuestaba era ejecutado en los plazos más o menos previstos y las calidades de los resultados estaban a la altura de las expectativas. De este modo, la expansión de aquellas iniciativas propició la aparición de un muelle moderno, terriblemente atractivo, así como un embellecimiento progresivo de las calles adyacentes, metro, norias y qué sé yo cuántas cosas más. Aquello evolucionaba bien y, paso a paso, se fue conformando, de manera incuestionable, como una ciudad moderna, cabeza económica de su entorno y ejemplo para otras tantas. Fue entonces cuando el tercer ornitorrinco, más viejo, más previsor y más amante del largo plazo, tomó la palabra para formular la pega. Y pensó que, quizá, en el proyecto de sus dos compañeros se estaba invirtiendo más de la cuenta en la fina estampa y poco en los sistemas de prevención frente a inundaciones, infraestructuras y red pluvial, por poner un ejemplo. Llegados a este punto, imagino que ya identifican por dónde van los tiros de la metáfora. El caso es que, concluyendo, este tercer animalejo, a la hora de construir su casa, dio prioridad a una serie de inversiones, quizá no tan vistosas electoralmente, pero indispensables para contrarrestar los efectos de las coyunturas meteorológicas desfavorables. No fuera a ser que llegara el lobo y soplara y soplara. En fin, qué les voy a contar, si ahora todo el mundo sabe de esto. Adecuación de la red de alcantarillado, derivaciones a un gran cauce central, separación de redes pluviales y fecales… No son caprichos. Es que aquí, poderes públicos, de vez en cuando, dice de llover. Y dice de llover bien. Aplíquense el cuento, nunca mejor dicho. Y para el caso de que no les haya gustado el símil, podemos acudir, en su lugar, al refranero, por aquello de santa Bárbara, que nos acordamos de ella cuando truena. Como de los fondos europeos. O si lo prefieren, por alusiones al santoral, léanse el versículo veinticinco del capítulo siete del Evangelio de san Mateo, que tiene muchos más años y va de lo mismo.