Hay padres que se han tomado como un deber el que sus hijos no hagan deberes. Tal vez algunos de esos progenitores son los que no sabrían qué hacer con sus vástagos si al salir del colegio estos no tuvieran nada que hacer. Le darían la Play.

Lo primero es el deber, salvo en Navidad. La confederación de padres Ceapa ha pedido que no se cargue en exceso a los chavales de tareas en estas fechas. Tal vez ignoran lo mucho que puede llegar a pedir en Navidad un niño ocioso. Se empieza no haciendo deberes y se acaba queriendo toda La patrulla canina y siete poblados de los clicks, sin excluir una zambomba y el patinete.

Uno estima que si las clases estuvieran bien aprovechadas no habría por qué mandar tantos deberes para casa. Ni hacerlos. Pero lo que uno piense en este punto es baladí, dado que la biografía del arriba firmante está jalonada de deberes hechos a última hora o no hechos, cosa que nos impidió conocer las intimidades de la tabla periódica o la temprana comprensión de la belleza de las matemáticas, no así el descubrimiento prematuro de grandes clásicos de la literatura con los que nos familiarizamos porque habitaban en las estanterías de la biblioteca paterna. Lo importante no es hacer o no deberes. Lo esencial es en qué se emplea el tiempo. No menos necesario: despertar inquietudes. Más que la lista de los reyes godos, quiénes eran los godos. Es de necios leer el Quijote a los doce y de idiotas no haberlo catado a los cuarenta. Recuerdo a no pocos compañeros de Facultad que no leían apuntes y sí libros. Hoy son hombres sin futuro, claro, pero al menos son ilustrados y han despertado vocaciones aceptables a sus hijos. Los hay que incluso ocultan a esos hijos suyos que se dedican a dar clases de literatura o dirigen redacciones o son jefes de prensa. De algo hay que vivir. Como deber esencial está el de formar espíritus críticos, eso sin que se te vaya la mano como padre y acabe cuestionándote. Había un padre que fomentó tanto el espíritu crítico a su hijo que un día éste dimitió como hijo y dijo que quería ser sobrino. El padre aceptó convertirse en su tío pero a resultas de eso la madre creyó que quedaba libre de compromiso. Se marchó con el monitor de tenis, que carecía de espíritu crítico pero disponía de un revés impresionante. Y no tenía hijos.