El populismo retrocederá en la medida en que la economía permita recuperarse a las clases medias que anteponen la gestión realista de lo posible a la gesticulación. José Luis Pardo, autor de Estudios del malestar, premio Anagrama de Ensayo, y una de las reflexiones más oportunas que he leído últimamente sostiene que esa clase media prefiere el acuerdo y el contrato social para preservar el Estado del bienestar. Está a punto de convertirse en una especie de paranoia la idea de que ha dejado de existir el Estado del bienestar. Sin embargo, como explica Pardo, fuera de él sólo hay millones de inmigrantes que quieren entrar a formar parte de las ventajas que ofrece. Por poner un ejemplo y entender de qué va el asunto basta con establecer una comparación con lo que está sucediendo en Venezuela. Los populistas han visto una vez más la manera de obtener beneficios del malestar crónico. Exprimen el diagnóstico grave de la situación y encuentran rápidamente un culpable al que demonizar. Lo que no hallan, tristemente, son soluciones para mejorar el mundo. Cuando se enfrentan con la cruda realidad de que las promesas que han hecho no las pueden cumplir señalan al sistema como el causante. En su coartada del fracaso siempre hay enemigos, internos y externos. Uno de los reclamos populistas en España ha sido el de la nueva política frente al bipartidismo rancio. Desde hace unos meses comprobamos, sin embargo, la rapidez con que los emergentes han envejecido adquiriendo los vicios de los partidos supuestamente convencionales. Dos ejemplos recientes: Podemos ha puesto su liderazgo por encima de los problemas del país igual que en la vieja política; Ciudadanos dinamita sus principios fundacionales por considerarlos caducos.