El domingo 5 de marzo publicaba La Opinión de Málaga una lista de 100 mujeres que vuelan alto en la provincia. Por un momento pensé en que no habría ninguna mujer cofrade en esa lista de influyentes. Me equivoqué. En el puesto 45 aparecía Gema, la hermana mayor del Dulce Nombre, y en el 80 estaba Cari, la hermana mayor del Amor. A Gema no la conozco personalmente, pero de Cari no me cabe duda alguna que es una de esas mujeres que influyen por su espíritu positivo y su agradable y constructiva forma de ser que le ayuda a conseguir cualquier cosa que se proponga.

La Semana Santa de Málaga va por delante de la de otras ciudades -como el espejo sevillano en el que tanto nos miramos- en cuanto a la integración de la mujer. En algunos casos por convicción, en otros -la mayoría- por necesidad. Sigue habiendo mucho cofrade rancio que piensa en la mujer como en una cuota impuesta o un mal menor en lugar de pensar en las mujeres como partes de un mismo equipo y engranajes necesarios para que el motor de las organizaciones funcione.

En el ambiente cofrade la incorporación de la mujer ha sido duro y seguirá siéndolo. Sigue habiendo quien defiende fervientemente que una mujer no puede llevar un trono, pero sí sirve para tener la mayor responsabilidad en una procesión o para dirigir una tesorería, una albacería o una secretaría. Son cosas inexplicables de un mundo tan complejo como el cofrade. Las mujeres sí, pero para lo que interesan. El debate de las mujeres en las cofradías suena a antiguo, pero no. Aunque la que diera el paso fuera Amparo Sánchez hace sabe dios cuántos años, hoy sigue siendo un tema aparcado en una esquina en la mayor parte de las hermandades. Los cofrades, en esto también, van a dos velocidades.