Desde que se tomó conciencia de ello, algo se ha avanzado en la consecución de la plena igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Y cuando digo algo quiero decir, por supuesto, poco. Aunque poco sea algo. Poco si tenemos en cuenta los costes históricos, que han sido muchos. Y poco si, extrapolando miradas al horizonte, asumimos todo lo que queda pendiente. Hoy por hoy, resulta gratificante ver a la mujer situada en espacios públicos, laborales y políticos en los que antes se le vetaba el acceso. A nivel normativo, nuestra Constitución también garantiza expresamente la no discriminación por razón de sexo. Pero con todo y con ello, es de puertas para adentro donde la luz, como diría Macbeth, se oscurece. Los avances conquistados, si bien muchos de ellos ya están implantados en el discurso público, son, por el contrario, lentos a la hora de enraizar en el ideario del inconsciente colectivo. Así, por ejemplo, si el trabajo de mi mujer la obliga a pasar varios días fuera de casa, las conversaciones del entorno ordinario le plantean que qué va a hacer con los niños. Yo, sin embargo, me he encontrado en el mismo supuesto y nadie me lo ha preguntado. Porque claro, ya se cuenta con ellas de oficio. Como también son ellas las que acuden, en su mayoría, al pediatra y a las tutorías del colegio. Pero no sólo hay que escarbar en la crianza. La mujer, sea madre o no, siempre tiene que demostrar y soportar más que el hombre. Tanto si limpia escaleras como si ocupa un escaño. Y ello sin entrar a hablar del tema de las muertes por razón de sexo, que no de género, y de la brecha salarial. Quizá sea ese mismo inconsciente colectivo, alimentado por centurias de machismo incuestionable, el que posibilita que afloren personajes como el eurodiputado polaco y que se escupan en sede parlamentaria aquellas perlas propias del más rancio esclavismo misógino. Un escaño, dicho sea de paso, legitimado democráticamente por su puñado de votos correspondiente, lo cual resulta todavía más preocupante. Y así, con todo esto y lo que me dejo en el tintero, en este clima y contexto de eterna casuística, cientos de personas se concentraron el pasado miércoles en la plaza de la Constitución de Málaga para reivindicar la plenitud de derechos de la mujer. Y sin embargo, a pesar de la seriedad del acto, allí estaba, portada por quien fuera, una controvertida y gigantesca vagina de plástico. En detrimento de la convocatoria y de su espíritu. Les confieso que yo nunca he tenido miedo al esperpento ni me han provocado ofensa, por ejemplo, los autobuses naranjas con mensajes risibles. Por mi parte, pueden seguir circulando en la ridiculez de su legítima libertad de expresión, que nadie les niega. Ya tienen bastante con lo suyo. Ni me ofenden ni me hieren. Es más, quizá resulte necesario visualizar lo grotesco para poder distinguir el debate irrisorio del serio. Lo malo es que, en este caso, en la concentración del miércoles, todo estaba mezclado. Porque claro, todos los movimientos tienen su rémora. Aquel desorbitado icono genital, allí plantado, me provocó el humor negro y la risa tonta que generan las situaciones ridículas. Que los colectivos feministas que claman por los derechos de las mujeres no hallen más simbología para su causa que este reduccionismo sexual genitalmente cosificado es para troncharse. Como si la mujer, con su lucha milenaria, sus logros históricos y sus cicatrices eternas, no diera más de sí. Como si para hablar de Archidona nos bastara con exhibir dos metros de cartón piedra en forma de cipote. Venga, hombre. O mujer. Me resulta grotesco y contradictorio intentar argumentar con seriedad y espíritu reivindicativo que lo femenino es algo más que un cuerpo sobre el capó publicitario de cualquier vehículo y, al mismo tiempo, elegir los iconos de esa protesta de manera tan poco acertada. Al final, patinazos así no hacen más que afianzar socialmente una imagen distorsionada e injusta del asociacionismo feminista y generar una burda caricatura de sí mismo que poco favorece a los intereses de su lucha. ¿Para provocar quizá? ¿A quién y para qué? ¿Para dar publicidad? ¿A costa de tanto? No tiene sentido. Ya les digo, un patinazo.