Cuando un trabajador deja de hacer bien sus funciones se le puede (y debe) hacer una llamada de atención, para poner en sobre aviso la bajada de su rendimiento, o desvío de los valores básicos de la organización para la cual labora y a la que representa. El código ético de una «buena» empresa, recomienda que sean al menos dos, las oportunidades que se facilitan desde la dirección al empleado para favorecer en todo lo que se pueda la reconducción del problema o falta, resultando la tercera, la tarjeta roja de expulsión a casa y fin de partido con la empresa, por la gravedad de la reincidencia indisciplinada. Hasta aquí todo cristalino a nivel teórico, sin embargo, en el mundo real de los negocios, existen muchos claroscuros, en los que, por pura estadística, los intereses gerenciales de estos despidos son mucho más opacos, retorcidos cual maniobra columnas salomónicas del arca perdida de Indiana Jones, en un almacén clandestino de nazis lobotomizados por el ansia de poder sobre el resto de la civilización. Más personas de las que pensamos sufren en silencio el síndrome del acoso laboral, sutil, sibilino y planificado desde las sombras. Una maniobra muy sutil en la que «los elegidos» tratan con mezquindad la valía de su alrededor, deciden que el trabajador ya no les resulta una herramienta barata para sus intereses, o lo utilizan como ofrenda a quemar en la cúpula, para encubrir un rato más su propia mediocridad. El objetivo del «mobbing» es desplazar poco a poco al trabajador de sus casillas físicas y mentales, incluida su reputación, mediante una concatenación de despropósitos y subestimación del rendimiento de su desempeño, por muy honesto y virtuoso que éste sea. Toda una experiencia vital denigrante, del que cualquiera que se haya tomado la molestia de prepararse profesionalmente y honrar su trabajo es susceptible de pasar, si tiene la mala suerte de cruzarse con el sujeto inadecuado. Tomar distancia y tiempo para analizar el tablero del juego de tronos que rodea la realidad, para poder hacer frente al plantel y salir de este túnel con dignidad antes de que debilite más de la cuenta; consultar y protegerse con un abogado de confianza, informarse sobre los pasos a seguir en este peculiar baile, y un psicólogo que ayude a recuperar la perspectiva de la autoestima y a gestionar el estrés desencadenado, son algunas de las mejores prácticas que permiten salvaguardar la línea de flotación, cuando se percibe entre aguas, cierto tufo de acoso merodeando. Porque la excelencia del profesional nato es similar a la naturaleza del corcho: no cede ante la situación que pretende hundirle. Nunca.