La poesía es un arrebato de intimidad basado en hechos reales. Decía mi padre al que recuerdo mucho tiempo de ausencias este domingo que lo celebra, acercándome entre la niebla su voz leyéndome para que aprendiese que un poema es el lugar donde mejor se cuadran las cuentas con la vida. El amor, la muerte, los sueños, la pérdida, y su memoria. El Haber y el Debe en asientos contables. Siempre le gustaron los números y los sonetos. También los versos más allá de sus márgenes, como un dibujo de trazo rebelde al vuelo. Escribir poesía es encender una luz en la oscuridad para ver una realidad que no está pero sucede. Se lo decía yo a mis hijas (y se lo recordaré el martes que mundialmente la festeja) durante su infancia preguntándole a la lectura sobre el corazón, la identidad y cómo la emoción toma en trance y música el cuerpo de las palabras y entonces se entiende todo. Que ellas nos abracen, y hasta que a veces la lluvia se las lleve.

No sé si los padres de hoy leen a sus hijos novelas, relatos, periódicos o poesía entre sus brazos. Explicándoles que son mundos que se atraviesan a través de las profundidades interiores que abre el lenguaje para encontrarnos en sus historias. Puede que el tiempo precipitado con sus desencantos y cansancios, los deje ahora educarse solos y a solas explorando la vida en las calles de atrás de las pantallas de sus móviles. Tal vez algunos tienen maestros tutelándoles el encuentro con las voces de Luis García Montero, de Aurora Luque, de Caballero Bonald o de Luis Alberto de Cuenca entre otros autores de la introspección de la vida, del desafío de vivir la realidad pensándola. O que con suerte y esperanza otros hagan de la poesía su tatuaje; la guerrilla en contra del destino roto que políticamente les estamos legando. «Me niego a vivir en serio y en serie». «Prohibido hipotecar tus alas». «Nada puede detener a una oveja negra orgullosa de sí misma». Batania Neorrabioso, poeta urbano en tuits, paredes de barrio, contenedores de basura que ahora son páginas.

Desde el uso que la música y la publicidad han hecho del relato corto y de las fórmulas poéticas, el género ha captado nuevos públicos como han conseguido Marwán y Luna Miguel con canciones, blogs y la relación con el mundo virtual -donde también triunfa Irene X con 50.000 seguidores en twitter y 17.000 en Instagram que cotillean fragmentos de su vida publicada con filtros cálidos-. Igualmente contribuyen El Gaviero, Harpo o La Bella Varsovia que asoman nuevos nombres, junto con otras editoriales como Renacimiento, Visor, Bartleby, Pretextos y Calambur con voces más consolidadas, y los recitales en directo que denominan jam. Argumentan algunos que una clave importante del aumento de lectores es la ruptura entre poesía tradicional y la aparición de nuevos formatos y lenguajes. Ignoran que ya en los sesenta, y durante los años ochenta, convivían la poesía discursiva y la experimental que tomaba mercados, autobuses, paredes urbanas y manifestaciones políticas como hicieron Ignacio Gómez de Liaño, Julio Campal, José Miguel Ullán, Fernando Millán, La Carpeta o Agustín Parejo School con la tachadura del texto, la palabra desplazada por la imagen o por el objeto, y la poesía acción. De esa estirpe procede María Eloy García, escénica e irónica voz en la misma época en la que Juan Cobos Wilkins pregunta en su último libro ¿Para qué sirve la poesía? El género que María Victoria Atencia define como la primavera de la literatura; que según Francisco Brines es lo más espiritual y escondido del hombre; aquella en la que Joaquín Pérez Azaústre encuentra el misterio y el fulgor que anida en lo invisible. Partitura en la que la que la voz se vacía en la palabra, como dice Ana Gorría; y la que a Antonio Lucas le permite crear su propia vida. Una isla desgajada del continente, sentenció Derek Walcott, Premio Nobel 1992 cuya poesía la muerte deshojó el viernes.

Este martes, con la primavera recién estrenada y a punto de saltarnos a la piel que nos transforma en pájaros, Granada, Ciudad de Literatura UNESCO y su programación, de la que es responsable Jesús Ortega, la celebran como una gincana de 18 librerías y 45 escritores: Erika Martínez, Ángeles Mora, Olalla Castro, Manuel M. Mateo, Trinidad Gan, José Carlos Rosales, Ioana Gruia y Álvaro Salvador moviendo de 18 a 21horas a los lectores de sus poemas y de otros autores. En otras ciudades también habrá actos. Lo mismo que en Málaga donde el Centro Cultural Generación del 27 no sólo la avala con los Premios del mismo nombre y el de Emilio Prados, si no que su director, José Antonio Mesa Toré, es un poeta a punto de presentar su libro Exceso de buen tiempo, Premio Ciudad de Melilla. Sea como fuere el martes le debemos una flor azul, un instante de lectura. Habernos enseñado la humana condición de soñar y de equivocarnos; el saber que los besos a veces llegan tarde o que con ellos empezamos otras vidas. Que la conciencia poética nos permite explorar nuestras emociones y reconocernos en la ética y en las pasiones. «Y que la imaginación siembra en el aire puertas al futuro».

Ese verso de Eduardo García, forma parte del regalo que para el día del padre me ha hecho la poesía, a la que yo le adelanto con estas líneas el mío. Forma parte de su libro, editado en Vandalia por la Fundación José Manuel Lara, La Lluvia en el desierto. Lo sumo con emoción y memoria de la vocación del lenguaje y de la rebeldía a otros antídotos de venenos efectivos -contra los geómetras de la economía y los que hacen caminar a la gente con las manos a la espalda- que colecciono en el escaparate de mi biblioteca: El arrecife de las sirenas, La fruta de los mundos, El rumor de las llamas, Los mundos contrarios, Un invierno propio, Naumaquia, Las estrellas para quien las trabaja, La Hija del capitán Nemo, El Fugitivo, Fuegos japoneses en la bahía, Las entreguerras, La jaula de los mil pájaros, Universos delicados, Alfileres de luz, Diario de un flâneur, Indignación, Ficciones para una autobiografía, Los buenos propósitos, En legítima defensa o La espuma de las noches. Qué mejor lugar de identidades con su doble, geografías de piel, correspondencias con los paisajes y de cuentas rendidas a la vida, para que descanse su manera de soñarla hasta la extenuación, «tan sólo para más adentro alcanzar su secreto». Lo hizo sucediendo su batalla hasta el penúltimo poema, sin dejarse vencer cuando al asomar la muerte las palabras palidecen de miedo. Un libro como actitud e indagación de la vida en la escritura, negándose a aceptar cuanto esperan de nosotros aquellos que intentan reducirnos a piezas de una cadena de montaje. Los mismos que ocupan el tiempo anunciando que tal día anunciarán tal cosa, o nos despiden de la dignidad y los sueños nos vacían.

No saben que estamos de suerte porque somos una isla de realidad, con sus exigencias y rutinas, rodeados de poesía por todas partes. En las calles, en el encantamiento de las cosas, en los rituales cotidianos y dentro de lo que sentimos. Agazapada y lúcida está dispuesta a apoderarse en un descuido del camino de vuelta del trabajo, del desánimo de los días, de los fantasmas de nuestra agenda, enseñándonos a ser intrusos de nosotros mismos y a conjugar la certeza de lo mágico con la interrogación moral. Siempre la primera en la desobediencia y en curar con la belleza, la última en rendirse.

Sólo hace falta abrir el oído y la mirada, y volver a ser conciencia de lo que somos, en la carne y en el sueño, en la luz y en la deriva.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

www.guillermobusutil.es