Hoy es Viernes Santo. Hombres de tronos molidos o por moler. Una viuda que prepara el potaje de vigilia con melancolía y garbanzos, deseando oír el timbrazo a las dos de la tarde de dos que aún no alcanzan el metro y medio de altura y la llaman abuelita. La foto de él preside el salón. Brindarán en su memoria, tal vez recordando sus bramidos en tal día como hoy: más bacalao y menos garbanzos, Antoñita.

Un ejecutivo con amante, colesterol y Porsche se despierta en un hotel insular de medio pelo con piscina de medio pelo y desayuno de pelo y medio. Duda si ir a la piscina o la playa y ha reservado en un afamado restaurante especializado en mariscos por ver de impresionar a la inteligente mujer con la que ha ligado, que si lo fuera aún más, saldría corriendo. Él se empeña en llamarla torda mía, lo cual no gusta a sus amistades cuando lo oyen.

Una llamada del asesor fiscal le joderá el día. Asesor fiscal que no es que no descanse, es que es adicto al trabajo. Pero tendrá que interrumpirlo, dado que su esposa se empeña en ir a ver tronos. El fin de semana es muy largo, le dice. Tenemos tres días. No sabemos lo que tenemos, piensa él. No como lema pesimista, más bien como sincera proclama de que no tiene ni puta idea de nada. Salvo de impuestos. Viernes Santo. Hay adjetivos en el aire para calificar los olores. Un rentista cargado de kilos que resbala a cuenta del líquido que echan en el suelo para que la cera no resbale. Al Ayuntamiento le resbala que el antiresbalante resbale. Resbalémonos todos en el resbalón final, urgencias llenas de mozos con la pata quebrada, mozas con el codo partido, provectos varones con la cadera liquidada. Un poeta prepara versos para un certamen en Alcaudete, cien versos, mil euros y pequeña escultura obra de un importante artista local, exesposo de la que del Porsche llama torda. El artista local trata de vivir de su arte, pero en realidad vive de la pensión de su madre, unos setecientos euros al mes, y de la jeta que tiene, más grande que sus esculturas. Por apañar, la madre apaña un potaje también y el artista, al que no podemos ahorrar el calificativo de zangolotino, revolotea por la olla musitando: más garbanzos y menos bacalao, madre. Esta lo espanta braceando con la espumadera, cuando lo más apropiado es que blandiera un cucharón.

Un adolescente resacoso de garrafón, hambrón y rijoso sueña con un potaje que le empape y alivie. Pide hamburguesa a domicilio y recuerda los largos años de colegio religioso comiendo todos los viernes palitos de merluza. Come garbanzos, cenutrio, le gritaba el padre Damián.