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Cómo aprobar sin haber aprobado

Vueltos al aula tras las vacaciones de Semana Santa, solíamos comentar los profesores de Secundaria con suspiro de satisfacción: «Ya está todo el pescado vendido este curso, por fin». En efecto, a esas alturas del calendario escolar no se esperaban más disparatadas ocurrencias a cargo de nuestras autoridades académicas. Las consignas para el brevísimo tercer trimestre y para las calificaciones finales eran conocidas sin necesidad de constar por escrito. A levantar la mano con las notas; si no los apruebo yo, los va a aprobar la junta de evaluación, la dirección o la inspección educativa; cuanto menos fracaso escolar mayor matrícula en mi centro para el próximo curso; para qué me voy a complicar la vida, etcétera y semejantes. Pero este año algún alto funcionario ministerial se levantó una mañana abrileña inspirado a tope, lleno de vida y de energía, lúcido y lucido, dispuesto como nunca a enturbiar las aguas educativas, sintiendo como un cosquilleo en el interior de su cabeza. Pensó que era un tumor, pero era una idea. Una idea genial. Acababa de inventar el aprobado sin aprobar. «De esta, salgo ministro o más», pensó camino de los caballos que piafaban dentro del coche oficial. Y echó a andar el BOE.

En efecto, el Ministerio de Educación, desvelado como acostumbra por encabronar a todos los estamentos cuyas voluntades aunar debiera, ultima una norma que permitirá pasar a Bachillerato, o sea, titularse en ESO, con dos asignaturas suspensas. La cosa quedará así: «Los alumnos y alumnas que hayan obtenido una evaluación, bien positiva en todas las materias, o bien negativa en un máximo de dos, siempre que éstas no sean de forma simultánea Lengua Castellana y Literatura y Matemáticas, obtendrán el título de graduado en Educación Secundaria Obligatoria». O sea que si usted tiene un chaval que saca un uno en Matemáticas (o Lengua) y otro uno en Ciencias Sociales pero aprueba el resto de asignaturas cómprele ya la estantería entera de videojuegos, que su lumbrera de usted habrá superado la ESO y será un Bachiller dentro de nada y un universitario en poco más. España dando, otra vez, ejemplo educativo al mundo: cómo aprobar sin aprobar, cómo aprobar suspendiendo, cómo suspender aprobando, cómo asar la manteca. Claro está, enseguida se han dado cuenta los colegas del ideólogo antedicho de que venir con semejante inventazo del TBO a estas alturas del curso da mucho cante. Así que están viendo a ver si la llaman «medida transitoria» o «medida anómala», o lo mismo la llaman Carmen, que Lolilla, que Pilá, con lo que quieran llamarla se tiene que conformá. Hay quien dice que muy bien, que basta ya de todo o nada (o sea, de aprobar o suspender), que es preciso instaurar un sistema de acreditaciones como en Inglaterra. Hay quienes decimos que es bajar el nivel, que los alumnos y los padres poco exigentes contagiarán a los buenos, que es otra chapuza más para que cuadren las estadísticas y tododiós (perdón por el neologismo) obtenga el título de ESO y que de fracaso escolar nada de nada. Y hasta el juez Emilio Calatayud se pregunta: «¿Usted se dejaría operar por un cirujano que hubiese conseguido el título a pesar de suspender dos asignaturas en Medicina?». Pero ¿de verdad ningún asesor se ha parado a pensar el bochornoso ridículo que corre este Gobierno poniendo a andar en mayo una ley educativa sobre aprobar sin haber aprobado en junio? No me lo puedo creer, algún consejero listo habrá, digo yo. Pero les da igual: ocho millones de votos los contemplan. Les da igual la educación, les importa una higa cargarse las Humanidades, les trae al fresco la instrucción de los chavales, legislan sobre la marcha a base de ocurrencias matutinas y contradicciones flagrantes. Para ellos, la educación es la que no tiene nombre, la que a nadie le interesa, (sigo con la copla de Quintero, León y Quiroga), el terreno donde se aprueba sin aprobar. Vivaspaña.

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