En esta semana, las cleptocracias y kakistocracias, las obscenas gobernanzas que nos roban lo que es nuestro y las que nos confunden y perjudican con su malévola estupidez y su ineptitud, se aprestan a una nueva y dura batalla contra la inteligencia y la decencia. Esta vez no en la Inglaterra tan descerebradamente burlada por los brexistas. O en los diversos epicentros de los seísmos que tanto nos alarman, en la América del magnate Donald Trump. Esta vez las tinieblas malignas, nunca mas sacrílegas, parecen acechar las tierras hermanas de Francia, como en los feroces tiempos de la ocupación totalitaria de ese país siempre admirable, en la primera mitad de los años cuarenta.

Desde hace no pocos días termino por la noche leyendo el diario de Maine de Biran, ilustre y docto gentilhombre de los años turbulentos que van del siglo XVIII al XIX. Fue natural de Bergerac y señor de las posesiones ancestrales de Grateloup. Lo descubrí hace casi medio siglo en un ensayo, luminoso como todos los suyos, del maestro Aldous Huxley: Maine de Biran: The Philosopher in History. El pensador británico repetía para el lector lo que el filósofo francés se había preguntado a sí mismo en su Journal Intime. ¿Cómo son y cómo deberían ser las relaciones entre lo personal y lo histórico, entre lo existencial y lo social? A lo largo de su Diario el señor de Biran parece sugerir una y otra vez que la relación del individuo con la sociedad y la historia puede ser muy parecida a la que une a la víctima con su torturador.

Su crisis espiritual más inquietante le llevó en 1794 a buscar en las certezas de la religión y en los templos de la ciencia la confirmación de la fe o incluso el consuelo de una posible negación. Otras anotaciones del mismo año tratan del drama de no reconocer las claves secretas de su propia personalidad, de las pasiones del corazón y los dones de la libertad, dentro de la relación entre lo físico y lo moral. Otros apuntes, también de 1794, giran en torno a las convulsiones revolucionarias y el imperativo de que la nación, Francia, se encuentre a sí misma. Leo atentamente sus pensamientos de 1795, sobre el Terror y el fanatismo de los verdugos de la Revolución.

A través de los escritos del señor de Biran llegamos al año 1811. En su Diario, el maestro anota sus impresiones sobre la sociedad de entonces y la crisis que Francia atravesaba, bajo el gobierno de Napoleón I. Entre 1813 y 1814, los relatos de las vicisitudes políticas se hacen mucho más minuciosos: la primera Restauración, los Cien Días, el retorno de Luis XVIII y la lucha entre liberales y monárquicos. Maine de Biran siempre amó la tradición Y al mismo tiempo, aborreciendo las brutales violencias de los antiguos revolucionarios, como uno de los espíritus más ilustrados de la época, sintió la necesidad de ofrecer concesiones a la libertad. Tratando siempre de conciliar el bienestar de los ciudadanos con la fortaleza de un gobierno legítimo. Cito al maestro de Biran, que con sus palabras testimonia la grandeza inteligente de aquella Francia: «La realidad no pertenece original y esencialmente al mundo de nuestras percepciones. Los sentidos y la imaginación pueden inducirnos al error frecuentemente, incluso pueden inducirnos al error siempre.».