La razón y la esperanza merecerían ir siempre de la mano, pero no, no es lo que ocurre. Es más, no son pocas las veces en las que la razón contradice a la esperanza. Hay esperanzas compartidas que conforman un gigantesco corazón dividido en siete mil quinientos millones de compartimentos: uno por cada habitante del planeta. Y otras, tan repartidas y diversificadas, que se multiplican, distribuyéndose en tantas esperanzas aisladas como seres esperanzados somos en el planeta. La distribución de la razón es más compleja que la de la esperanza, especialmente, porque, como sentenció Descartes, nada hay más equitativamente repartido que la razón: todos estamos convencidos de tener suficiente.

La esperanza es una emoción íntima, inevitable, casi siempre. La razón un atributo de la sabiduría y un argumento demostrativo. A veces, por pudor, la esperanza es inconfesable. Y la razón no expuesta ante el prójimo, para algunos, es tiempo perdido. ¿De qué nos sirve tener razón si nadie lo sabe, verdad? Una tontería, según se mire...

El pasado sábado Barcelona le declaró al mundo su esperanza. Barcelona entera fue un esperanzado clamor contraterrorista. Bueno, Barcelona entera, no, porque la sinrazón también compareció en Barcelona el sábado, esta vez vestida de destiempo y banderas, y de estupidez y pancartas extemporáneas. Yo, hace tiempo que vivo en la esperanza de que la Naturaleza obre y que, de igual manera que a algunos animales nos empujó a la bipedestación y a otros les eliminó la cola, para adaptarlos al medio, a los sapiens resabiados de la inteligencia que quedan por ahí, les amplíe el cerebro para que comprendan que el principio de oportunidad es exigible en todos los ejercicios que obedecen a la razón, porque ninguna razón es defendible mediante argumentos que se demuestran irrazonables por su inoportunidad.

No son pocas las veces en las que la razón, en su sentido extenso, es decir como capacidad de inferir, discurrir, deducir, reflexionar... es abono para proyectos que despiertan la esperanza. A nadie se le escapa, por ejemplo, que mediante una inversión razonable, un club deportivo puede despertar la esperanza del colectivo al que se debe y merecer su aplauso y su apoyo, que, a fin de cuentas, es de lo que se trata. Y valga también el ejemplo de cómo los dioses que manejaban el destino entonces, sonrieron a Torremolinos cuando una actividad de nuevo cuño, como el turismo aquel que llamó a sus puerta de manera tan inopinada como las apariciones marianas, alumbró con luz de esperanza al homo turisticus antecessor de entonces, y cómo las hambres, para dejar de serlo, se aunaron en torno a la esperanza y se extendieron a los pueblos cercanos. Más o menos, la cosa fue así:

Mientras en Málaga capital se inauguraba la Casa Sindical a bombo y platillo, aquel día, en Torremolinos, arrebujado con la capa de la sombra fresca, un abuelo, con la frente limpia y clara, y con el pitillo apagado entre los labios, como el abuelo de Víctor Manuel, miraba arrobado a un forastero cuya indumentaria lo delataba:

-Tú no pasas hambre, gachón, tú no pasas hambre... -tal cual era el mantra.

Y su hermano pequeño y su cuñado y sus hijos y sus sobrinos y sus vecinos..., cada cual por su cuenta, desde entonces recitaron el mismo mantra hora tras hora, día tras día... Y Paco Moreno compró un taxi para llevar al gachón que hablaba raro. Y Guadalupe, la de la fonda, adecentó la casa y convirtió la fonda en un hostal. Y así todo el barrio-pueblo torremolinense... Y los astros conspiraron a favor, y la esperanza creció y creció... Y los gachones forasteros crecieron y crecieron... Y, durante lustros, todos pedimos más y más y mucho más... Y la esperanza cumplió con el barrio-pueblo... Y tanto cumplió con él que, con el tiempo, la esperanza dejó de serlo y se convirtió en «razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera que mi razón enflaquece...» que ya citara Cervantes en las primeras líneas del Quijote, atribuyendo el pensamiento a Feliciano de Silva.

Y, no sé, un poner: se me ocurre que quizá sea hora de cambiar el mantra y de no seguir pidiendo lo mismo de siempre, de la misma forma de siempre, porque ocurre que, a veces, lo que pedimos, se cumple... Y después pasa lo que pasa, y nos quejamos...