No hacen falta encuestas de opinión para saber que la cosa está regular. Tres partidos, tres derrotas y una imagen que no es, ni mucho menos, la del final de Liga de la temporada pasada. El Málaga CF ha empezado mal y eso es innegable, incuestionable, pero debatible. Que se haya perdido contra Eibar, Girona y Las Palmas ha encendido a mucho aficionado, que ya venía calentito de una pretemporada para olvidar, tanto en lo deportivo como en lo que se refiere a la confección de la plantilla, con ese extraño rollo que se llevan el director deportivo, Francesc Arnau, y el dueño del club, el jeque Al-Thani. El resultado es una plantilla que está confeccionada a dos manos y con un entrenador que, muy contento, muy contento, tampoco debe estar. Pero lo debatible del asunto, en los días previos a que el Málaga CF se enfrente a Atlético de Madrid (esta misma tarde), Valencia, Athletic de Bilbao y Sevilla es, ¿para qué está elaborada esta plantilla? Sería muy injusto afirmar que un equipo formado por Roberto Rosales, Juanpi, Kuzmanovic, Recio o Borja Bastón, de cuya calidad no se puede dudar, tiene como objetivo luchar por la permanencia; pero también sería equivocado afirmar que con los nombres y hombres con los que cuenta actualmente Míchel se puede aspirar a pelear por meter la cabeza en puestos de Europa League, por no decir Liga de Campeones.

Desde fuera de La Rosaleda da la sensación de que la mayor parte de la afición aún vive instalada en la euforia que generó la llegada del propietario catarí hace siete años, cuando la progresiva llegada de jugadores de primer nivel ilusionó, con razón, a un graderío que tuvo como premio algo que habría sido considerado una locura antes de que el balón echara a rodar en la 2011/2012: clasificarse por primera vez en su historia a la máxima competición continental. Pero hay que despertar. Baptista, Isco, Joaquín, Van Nistelrooy y tantos otros que hicieron historia ya no están, y muy ciego hay que estar para comprobar que en las últimas cinco campañas, el Málaga CF se ha convertido en un club vendedor, como tantos otros que hay en la competición. E igualmente erróneo es pensar que la situación no ha cambiado como que el jeque, en su pecular política de comunicación, se empeñe en no reconocer que esos tiempos y esas inversiones, de momento, no volverán. Quizá, si todo estuviera más claro, no existiría la actual tensión ni se habrían oído los primeros ¡Vete ya! en la tercera jornada. Quizá.