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Profesores (y V)

El Francés fue una innovación con la entrada de la LOGSE, aunque cuando mi padre se enteró recordó su época estudiantil: «Entonces no estudiábamos inglés». Nos metían un tercer idioma cuando alguno todavía controlaba con dificultad el castellano y no sabía hacer la o con un canuto en inglés. Una gran idea de la Administración que, sin embargo, recuerdo con especial cariño. En la ESO tuve al mismo profesor que en Bachillerato me daría Latín. Acabó harto de mí. Nunca fui un empollón, pero el gabacho se me daba bien. A cada pregunta que hacía, el menda levantaba la mano. Hasta que se hartó, mi mano alzada pasó a ser un trasunto de Patrick Swayze en Ghost. Entonces me cansé yo y dejé de interesarme por un idioma que me gusta. Después de él vino la profesora joven que se había incorporado. Ya sabéis, cuando un profesor es nuevo y aparentemente vulnerable los chacales que hay en los pupitres buscan carne para divertirse. No fue para tanto. Nos llevamos bien. Ella soportaba nuestras quejas: «Es que esto no entra en Selectividad». Tratábamos de deshacernos de cualquier obligación que tuviera relación con eso con más ganas de vaguear que de aprovechar el tiempo. A veces lo conseguíamos; otras -las más- ganaba ella.

A mi profesora de Francés le debo seguir creyendo en ese pequeño colegio cuyo nombre olvidé de lo pequeño que es. Un colegio que en su día fue mi casa, la de mis hermanos y la de mis padres. Un minúsculo colegio que tiene en sus familias y sus antiguos alumnos el mayor de sus valores. Un colegio que ha marcado a todos los que han pasado por allí. Echo de menos ese colegio. Lo echo tanto de menos que no recuerdo su nombre por más que lo intento. Pero sí el de mi profesora de Francés. Gracias, Ana Belén.

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