Cuánta verdad es un niño muerto. Hay noticias capaces de parar una rotativa con su solo titular. Que una funeraria llegue a una casa donde ha muerto un niño de siete años de cáncer ya es, de por sí, una tragedia. Pero que la funeraria se vaya sin el niño porque la familia no tiene mil y pico euros que cuestan el traslado y los básicos servicios funerarios es un aviso implacable de que algo no va bien en una sociedad donde somos más algo que alguien.

Está pasando aquí

Ha ocurrido en Fuenlabrada, aquí, en España. No recuerdo una noticia así, aunque probablemente haya ocurrido más pero no haya saltado a los medios de comunicación impregnando el titular con su molesto y desgarrador realismo.

Hoy, el periodismo rápido no suele cumplir sus obligaciones más esenciales, las que por exigencia y sentido común se contienen en aquellas seis uves dobles, en inglés, que caracterizan la utilidad del oficio de contar lo que pasa, fundamentalmente cuando alguien quiere que no sea contado: What, Who, Where, When, Why y How: Toda información debe contener el Qué, Quién, Dónde, Cuándo, Por qué y Cómo de lo sucedido. Es el trabajo del periodista, además de alcanzar en ese ejercicio credibilidad y vigilar la fiabilidad de su fuente, si no es el mismo periodista el que estaba en el lugar (Where) de los hechos-. Finalmente, fue entre el ayuntamiento y una asociación que se gestionó el drama, tras veinte horas de cuerpecito presente.

0,25%

Toda ayuda es poca cuando en ese estado de vacío mortal, más o menos previsto según cada caso, los familiares tienen que buscar recibos y gestionar la luctuosa situación. Imaginarlo cuando es un niño quien se ha ido, uno de los grandes sinsentidos de la existencia, cuesta mucho. Ha habido verdad esta semana en las pantallas. No sólo esa noticia dura y vergonzosa, también los jubilados se han echado a la calle. Las mismas personas que, cuando jóvenes, sacaron adelante con su esfuerzo lo que hoy es España. Tienen más razón que un santo cuando piden una pensión digna. Y más razón todavía cuando la piden en un panorama de política a la baja y Puigdemont a todas horas. Aunque algunos de sus portavoces no han estado muy afortunados al expresar sus reivindicaciones, dichas entre un ruido y cierta furia que no parece que en este país vayan a jubilarse nunca.

Jubilados, no terminados

Tampoco parece acertado decir, cuando hablan como mayores, que ya no pueden hacer otra cosa. Una de las declaraciones de un manifestante en Madrid hacía hincapié una y otra vez en que lo único que les importaba ya en la vida era elevar esa mierda de 0,25% que les ha subido el Gobierno. Es verdad que suena a broma el decimal entre tanto humo de cacareada recuperación económica. Pero las personas jubiladas pueden aportar mucho a una sociedad que las necesita como contrapeso a lo puramente material, especulativo y urgente. Son ellos quienes suelen tener al fin tiempo. Ellos quienes no sólo sacan adelante nietos y dan techo a hijos parados. Son ellos, también, quienes pueden exigir sin miedo a ser despedidos o apuntados en ninguna lista. Ellos los mejores voluntarios en asociaciones sociales. Son los mayores -quienes tienen salud, muchos- quienes pueden ayudar y obligar a corregir la desigualdad que pretende normalizarse como si no hubiera más remedio que vivir así.

A lágrima viva

«La muerte no es triste, lo triste es que la gente no sepa vivir». Lo decía Pablo Ráez, y su emocionante contundencia podría ser transferida a la vejez, que es asunto mucho menos grave que la muerte. Sobre todo «si llegar a viejo fuera más transitable», como cantaba Serrat, y por suerte para muchos hoy lo es. La vejez no es triste, lo triste -cuando se puede y la salud y las circunstancias lo permiten, insisto- es que la gente no sepa vivirla. Ayer, a propósito, presentaba el sensible periodista malagueño José Luis Malo su libro A lágrima viva, afortunado título que dice más de lo que parece. Con él reivindica la lucha de Pablo y aquel «Siempre fuerte» que nos trasladó el luchador marbellí y ahora nos siguen trasladando quienes luchan contra la leucemia. Para colaborar en esa lucha se destinarán los beneficios del libro.

Arco rupestre

No son las ilustraciones de un libro, pero sí los trazos comprobados de un hombre que nos precedió, a los sapiens, hace más de 64.000 años. Alguno de esos trazos está aquí abajo, en la cueva de Ardales. Últimamente, como narrador de la serie Arqueomanía, en La 2 de TVE, estoy sensibilizado con estos temas. Manuel Navarro, productor malagueño de la serie que presenta el exministro y editor Manuel Pimentel, me había advertido de que el hallazgo iba a tener relevancia científica mundial (a pesar de no tener tanto foco mediático como las fotos de los presos de Arco). Por qué. Porque por su datación esos dibujos serían neandertales. Un peldaño más en la prueba científica de que, por tanto, también nosotros, tan sapiens, lo somos un poco. Pensemos en ello... Porque hoy es sábado.