Está en todas partes. Está en todos. En el norte y en el sur. En hombres y mujeres. En españoles y extranjeros. La respuesta a un insulto es un agravio aún más gordo. La muerte, el ataque preventivo a la sombra de una duda, de una sospecha. La rabia explota ante una desgracia. Un accidente, dicen. Una fiesta se convierte en un deporte de riesgo un jueves por la tarde porque los míos van de blanco y los tuyos tienen que remontar. Los últimos seis días se han teñido de sangre de una forma tan gráfica, tan absurda, tan desgraciadamente habitual, que no valen las palabras para afrontar la realidad; tan solo un gesto, una mueca, vale para decidir tirar para delante. Se fue Gabriel el pasado domingo, aunque ya se había ido días antes, y comenzaban días de lágrimas, de aplausos, de pescaditos y de morbo, demasiado, por parte de los medios de comunicación, intenta transmitir no sólo lo relevante, si no también lo de alrededor, lo que no interesa, lo que echa más leña a un fuego que no parará de arder jamás con una cobertura similar. Era curiosamente la Guardia Civil, uno de los cuerpos de seguridad del Estado a los que tradicionalmente se les acusa de ser una fuerza opresora, quien más tacto y sensibilidad tenía a la hora de comunicar el cómo y el porqué de la tragedia de Almería. También con uniformes de por medio, estallaba en el madrileño barrio de Lavapiés una batalla campal a raíz de la muerte parece que accidental de un mantero. Contenedores y vehículos ardiendo, cargas policiales, sillas y mesas por los aires. Cuando se prende una cerilla, la reacción instintiva es arrimar el bote de gasolina en vez de soplar. También el jueves, pero cientos de kilómetros más al norte, en Bilbao de nuevo, de nuevo en San Mamés, y de nuevo con el fútbol como excusa. Da miedo pensar qué tiene alguien en la cabeza que no duda en meterse una bengala por el ano para poder colarla en un estadio. Otra vez víctimas junto al césped y otra vez personas que estaban allí para permitir que miles de personas solo tengan que preocuparse de cantar goles. A menos de diez días para que comience la Semana Santa, son malos tiempos para tener fe en algo o en alguien. Solo ese gesto, esa sonrisa torcida de una madre rota por el dolor, pero sonrisa. Pidiendo paz, cordura, invitando a seguir adelante y a olvidar el odio. Solo la sonrisa de Patricia.