Hoy por fin se disuelven. Por la tarde iré a nadar». Haciendo patria lo ha dejado caer Fernando Aramburu a quien haya querido leerle en las redes sociales. Su novela sobre el cotidiano terror y el pegajoso silencio durante décadas en el país vasco se sigue vendiendo, también, en la feria del libro de Málaga. A pesar de que no quedan muy lucidas esas casetas baratas y algo ortopédicas en la plaza de la Merced. Pero las hojas de los libros armonizan con las hojas de las jacarandas y la verticalidad callada del monolito liberal.

Infinity War

Es verdad que la frase del valiente Savater tenía más contundencia: «El fascista croata Ante Pavelic aplicaba a sus enemigos el mecanismo de los tres tercios: un tercio muertos, otro expulsados y otro sometidos. El fascismo de ETA ha pretendido lo mismo en el País Vasco y por lo menos habrá que intentar que no se salga con la suya». Las palabras de Savater me han recordado a la trama de la última y estimable entrega de Los Vengadores en la pantalla grande. Poco parece tener el universo Marvel con el terrorismo etarra, pero un malvado llamado Thanos (Thanatos, muerte) adquiere en Infinity war un protagonismo casi político. El eugenésico personaje, encarnado con densidad por Josh Brolin, opta directamente por exterminar al 50% de la población del universo para establecer el equilibrio, lo del tercio le parece poco. Pero me quedo con la natación de Aramburu. La normalidad cotidiana contra la anormalidad del miedo, la delación, el silencio y la cobardía impuestos a punta de pistola. Porque, como repiten quienes vivieron aquel horror y viven para siempre sus secuelas, en Euskadi no ha habido ninguna guerra, en contra de lo que pretenden afirmar los etarras para inventarse un bonito epitafio.

El sitio de Leningrado

En el Museo Ruso de Málaga va a sonar el miércoles la séptima de Shostakovich. Será uno de los actos que conmemoran el llamado día de la Victoria rusa sobre los nazis en la segunda guerra mundial. La sinfonía, cuyo allegretto oigo mientras escribo, fue tocada bajo el asedio de Leningrado el 15 de agosto de 1942 por una quincena de músicos famélicos. Fue emitida por la radio y se colocaron altavoces por toda la ciudad cuyo sonido sólo era acallado de manera intermitente por las bombas. También los soldados alemanes los oían, muchos de los cuales ya no aguantaban tampoco el frío y el hambre. Cerca de dos millones de personas, entre soviéticos y alemanes, murieron hasta la terrible batalla de Stalingrado, que aceleró el declive de Hitler. Pero si hay que tratar de evitar que los etarras doten de una literatura que no tuvieron su carnicería civil, tampoco la historia en Rusia lo tuvo fácil. Stalin se convirtió en una especie de héroe al mismo tiempo que era uno de los más sangrientos tiranos de su propio pueblo. El propio Shostakovich, como otros grandes compositores rusos, como Prokofiev y Kachaturiam, estuvieron en el punto de mira del pelotón de fusilamiento revolucionario.

¡Venga! ¡Dale!

Quienes están siempre en el punto de mira, pero del talento, son los malagueños Miki y Duarte. Celebro cada una de sus viñetas como si fueran mías y más celebro aún sus reconocimientos. Merecen el premio Elgar que han recibido por su viñeta sobre el conflicto catalán. Lo definen en cuatro pasos. En los tres primeros cuadros se ve a los presidentes González, Aznar y Zapatero, respectivamente, dando de comer a un dragoncito indepe, que va creciendo con tantas atenciones. Al final de la viñeta ya sólo se le ven las gigantescas pezuñas al bicho y ante él un Rajoy que no le llega a las rodillas y que, como Sant Jordi, va armado con una lancita medieval, mientras le gritan: «¡Venga! ¡Dale!».

Por supuesto, también han merecido el premio a su trayectoria los grandes humoristas gráficos Gallego y Rey que, por cierto, estuvieron amenazados por ETA.

Peñas en línea

Podría la federación de peñas malagueñas haber organizado alguna vez unos reconocimientos como esos que ha organizado la asociación de la Prensa. Pero, como escribió ayer sobre «el cumplimiento íntegro de las peñas» Diego Ríos Padrón, parece que últimamente se dedicaban más a los bingos. Y da una profunda pena. Las peñas han sido un sólido suelo para las tradiciones malagueñas. Yo lo viví. Pero su poder de convocatoria llegó a ser tal que resultó demasiado apetecible para gobernantes y partidos políticos. Quizá ahí empezó el fin. Es injusto criticar que sólo se dedicaban a organizar concursos de dominó y a elegir a las reinas de la feria, caseta a caseta (la feria le debe mucho a las peñas); actividades populares, ésas y muchas otras, que mantenían unidos a muchos vecinos de barrios en los que poco había y servían de punto de encuentro. Pero, además de que las ciudades crecen ya más por lo digital que por malagueñas, las subvenciones sin más control e intención que la clientelar han herido de gravedad la verdad del tejido asociativo. Otro día lo hablamos... Porque hoy es Sábado.