Bueno, pues hasta pasado el mediodía, aunque los presagios no eran buenos, nadie podía afirmar si el enfermo moriría o tendría esa transfusión de sangre en forma de votos tan necesitada. No llegó. Por eso, Mariano Rajoy desapareció del hemiciclo y se fue a un restaurante, como corresponde, en la tarde del jueves cuando ya sabía seguro su fatal desenlace. Y Pedro Sánchez subía contento a la tribuna de oradores. Desde allí divisaba a todos los diputados, entre ellos el malagueño más telegénico, Guillermo Díaz, de Ciudadanos, siempre con una sonrisa de cine. Al día siguiente, acababa una época y empezaba otra. Soltar duele, ¿verdad Mariano?, y ¿sostener lo insostenible, Pedro?

Se va del Gobierno un partido gravemente afectado por la corrupción que, como un cáncer, lo ha corroído, y llega otro que también lo está y que, además, pacta con los demonios familiares de España, amigos de terroristas e independentistas. Me venía a la memoria una entrevista del pasado año con un buen intelectual, Félix Ovejero, quien decía, refiriéndose a uno de los problemas que están bajo el techo que tiroteó Tejero, que el problema en Cataluña es que nos

enfrentamos a una ideología, el nacionalismo, profundamente reaccionaria y que se debería combatir como el machismo o el racismo, y no importa que la defienda una persona o un millón, eso no lo hace mejor. Pero Sánchez no se entera y connive con los separatas, ya veremos el precio. Lo cierto es que la izquierda parece arrogarse la autoridad moral para determinar si una causa es noble. Y si, encima, Pablo Iglesias llora, pues le da la razón al malagueño Manuel Arias en su tesis sobre la democracia sentimental, la política y las emociones.

El caso es que el móvil de mi parlamentario de cabecera no dejó en todo el día anterior y en este pasado viernes de vomitar especulaciones, deseos, medias palabras, agonías€ Estaba en juego todo para todos. Pero, como decía Ortega, la realidad que es ignorada tiende a vengarse. Y Rajoy pasó de largo de la realidad y creyó que, una vez más, podía salvarse, mas no fue así. Hay personas que quieren la eternidad y olvidan su finitud y se resisten a irse y entonces les suceden toda clase de males y no se explican el por qué. Nicolás Gómez Dávila, autor de Breviario de escolios, escribía aquello de que el mundo moderno no será castigado, es que es el castigo.

Pero los discursos del debate en el Congreso eran, ¿cómo se dice?,»espuma de puchero», o «nata», la que glosa Teresa Porras en lenguaje Villalobos. Y el mundo seguía girando lejos de la Carrera de San Jerónimo. Aquí era arrestado una fiera por clavarle un destornillador en la cara a un joven y robarle en Pedregalejo. O fallecía el abogado penalista Carlos Larrañaga, solo con 59 años, y también Amparo Apalategui, conocida fisioterapeuta, y el socialista José María Rodríguez. Nos salva el malagueño Diego Medina, que gana el Premio Alcántara de Poesía gracias a Contrapicado. Álvaro García, el presidente del jurado, hablaba del equilibrio entre emoción y contención. Y magnífico el rescate en la alta mar de la memoria de los relatos de Edgar Neville, presentado por el periodista de La Opinión de Málaga Alfonso Vázquez.

Pero en esa pelea a muerte que es la vida, vuelven a detener a otro responsable de una ONG, pedía el miserable sexo a cambio de alimentos. Son tres los detenidos en Vícar (Almería). Treinta víctimas localizadas.

Bowly habla de la búsqueda de la proximidad. La oxitocina, una hormona asociada con la intimidad, se libera en grandes cantidades en el cerebro durante la lactancia y cuando las parejas tienen relaciones sexuales. Las personas más solitarias tienen diez veces más probabilidades que los que tenían relaciones amorosas de padecer una enfermedad crónica antes de los 52 años. Por eso, los políticos, que maman de la teta pública, chocan también tantas manos, para vivir más con este elixir, me dice mi interlocutor, y algunos hasta buscan una pensión vitalicia como expresidentes, le digo yo. Luis Cernuda escribía de las vanidades:

Ya restituye el alma a soledad sin esperar de nadie

si no es de su conciencia, y menos todavía

de aquel sol invernal de la grandeza

que no atempera el frío del desdichado,

y aprende a desearles buen viaje

a príncipes, virreyes, duques altisonantes,

vulgo luciente no menos estúpido que el otro;

ya se resigna a ver pasar la vida tal sueño inconsistente (...).