Aunque el mirlo, incansable de madrugada en su canto (¿cortejo?, ¿alarde?, ¿entusiasmo?, demarcación?) parece repetitivo, quizás no lo

sea tanto. Ya amanece cuando me sorprende una melodía de cinco notas que «me suena». En esos breves vacíos entre ocupaciones a lo largo del día cavilo al respecto, sin fruto, hasta que volviendo del trabajo escucho a uno de mis compositores favoritos, el norteamericano John Adams, y en una pieza para clarinete y orquesta de cámara están las mismas cinco notas, en dos tandas encadenadas. Si Adams oyó un día a un mirlo en algún lugar del mundo, y le quedó grabado, querría decir que hay partituras comunes a los mirlos. Si se trata de una casualidad combinatoria, Dios-matemáticas los ha unido. Si el mirlo escuchó a Adams tendríamos que cambiar nuestra opinión sobre los mirlos. Tal vez haya asuntos en los que pensar más importantes, pero mucho menos gratos.