Cuando Roald Amundsen regresó a su base antártica tras hollar el Polo Sur, aún tuvo que esperar tres meses más hasta que el mundo entero conociera su hazaña y la del grupo de cuatro hombres que lo alcanzaron con él. Eran los albores del siglo XX y la velocidad de la comunicación dependía de las estaciones de radiotelegrafía. La noticia caminaba muy por detrás del suceso. Tiempos de lápiz y libreta. Tiempos de lectura y análisis. De café y tertulia.

Hoy en día, la noticia ha cazado a la actualidad y nuestros ojos casi no son capaces de percibir la distancia que la separa del acontecimiento. Cada teclado es un reportero, cada móvil un objetivo. No es posible escapar a la ventana indiscreta de un gran hermano compuesto, como la mirada de una mosca, por millones de hexágonos dispuestos a interpretar cada instante.

Todo pasa y todo queda, decía Machado, pero lo nuestro es correr. Casi no hay tiempo para ver el transcurrir del calendario por la ventana. Vivimos en una constelación de cambios que se posicionan aleatoriamente como un horóscopo. La política baja en torrente por un empedrado cauce de corrupción, falsedades y lagunas mentales. Y a nosotros, como a juncos que bordean el río, nos zarandea el telediario en remolinos y falsos remansos.

El papel del periódico tiene ya el tono amarillento cuando llega al kiosko. No hay tiempo para leer. Los titulares fijan la escaleta y, a partir de ahí, el móvil se convierte en nuestro enlace con la noticia. Ausencia de datos contrastados, fuentes mal informadas, falta de criterio. ¿Dónde queda la reflexión y el debate? Apenas nos enteramos de algo cuando ya es pasado. El microrrelato ha vencido a la novela y la ocurrencia a la trama. Será cuestión de tiempo, de muy escaso tiempo, que la ideología sucumba ante la moda.

Hagan ustedes el ejercicio. Lean un periódico atrasado, al menos con un mes de retraso. Las noticias realizan un auténtico ejercicio de malabarismo sobre las horas que bien podría ser un número del Circo del Sol. Lo peculiar es que, en este caso, algunos trapecistas se precipitan al vacío sin que los espectadores lo percibamos. Los retiran, uno tras otro, atravesando los pasillos de lona de este circo, ocultos bajo una capa de olvido.

A Màxim Huerta ni siquiera le ha dado tiempo a subirse al alambre. Cayó en el momento en que apoyó sus manos sobre los peldaños de la política. Aunque traía demasiado peso en los bolsillos, repletos de tuits y de conflictos con el fisco, lo que no pudo levantar fueron las palabras, puntualmente rescatadas, de Pedro Sánchez. También quedaron atrás Rajoy y todos sus ministros, víctimas de una decisión mal postergada. Atrás los consejeros del proces, huidos o encarcelados. Atrás los escándalos reales. Los acontecimientos se solapan en un collage desordenado que nos hace perder el hilo de la historia y que nubla la ocasión para reflexionar acerca del tiempo en que vivimos.

Este periódico que está usted leyendo contiene noticias que yo desconocía en el momento en que escribía la columna. Dadas las horas que han transcurrido desde entonces, la actualidad informativa habrá girado aún más que el eje de la tierra. Desde mi perspectiva, usted es un visionario del porvenir. Le ruego que me comente qué le parece ese futuro inmediato. Deléitese un instante esbozando unas líneas acerca de lo que está sucediendo a su alrededor. Deténgase en los detalles que le rodean y olvide las noticias por un momento. Estoy seguro de que su presente merecerá la pena.