Si hay que hacer un informe para poner seis semáforos donde no hacen falta, incidiendo en una peligrosidad vial que no existe, se hace. Y ese informe se paga con dinero público, como los semáforos. Es una de las componendas con las que alcaldes, concejales, funcionarios de diversa funcionalidad, algunos jefes de policías locales y la necesaria empresa con la que se producen siempre los apaños, se lo llevaban calentito, según hemos sabido tras la última redada contra la corrupción que se ha producido en España. No nos han dado tiempo ni para llorar el chapuz del Mundial y otra vez los esforzados agentes de la UDEF deteniendo presuntos en pueblos y ciudades del expoliado territorio patrio. Pero quién iba a decir que se puede ordeñar un semáforo. Pues también. De lo público se aprovechan hasta los andares. Cerdos. Igual que de los cerdos.

Quizá sea el calor de julio, pero tiene uno la sensación de que ya hasta el sudor brota corrupto en las axilas del país. La empresa ataba el billetito a la guita y tras echarlo un rato al suelo institucional diciendo pitas pitas, quien lo agarraba le conseguía a cambio adjudicaciones en consistorios a diestro y siniestro y, esta vez, también en alguno de Ciudadanos (algo en lo que, curiosamente, algunos han hecho mucho hincapié, quizá para explicar que la mala es la corrupción no los partidos en los que se produjo, hasta ahora). Al fin y al cabo, manipular concursos públicos se paga bien. Claro que, si al final te pillan -no sé, quizá por poner semáforos en la acera, la avaricia rompe el saco-, terminan acusándote de algunas o de todas estas lindezas delictivas: prevaricación, fraude, revelación de información privilegiada, tráfico de influencias, falsedad documental por funcionario público y por particular, malversación de caudales públicos, alteración del precio de concurso público, cohecho y pertenencia a organización criminal (como suena, como suena, criminal).

A lo cohecho pecho o lo cohecho hecho está, que es verano y no tiene uno ganas ya de volver a seguir por los periódicos el itinerario de la trincalina. Porque la huella de la corrupción es hedionda. Su pis nos cae a todos como en el chiste aquel del individuo que orinaba desde el gallinero al patio de butacas y, acostumbrados, los espectadores de abajo le gritaban que, al menos, se la moviera de un lado a otro para repartir la micción y que no cayera toda sobre los mismos. Y en eso han tenido un detalle los últimos corruptos habidos de los por haber. En esta ocasión han trincado, al parecer, del ayuntamiento de Arroyomolinos, en Madrid, pasando por los de Huesca, Lleida, Plasencia, León, Teruel y otros, hasta el de Vélez Málaga. A quienes escribimos desde Málaga no nos gusta que nos salpique tan de cerca. Pero no cabe duda de que esta vez los corruptos, los políticos, los que están en medio como colaboradores necesarios y los empresarios, han repartido bien su meada.