Hace unos meses cerraron una tienda de camisas y sobre sus cenizas han construido un restaurante; hace unos años cerró una tienda de libros y sobre ella han construido un restaurante; tiempo ha que cerraron una tienda de televisiones y sobre ella ahora hay un restaurante.

Muchos malagueños vivimos con el miedo de que un día cierren Málaga y sobre ella se construya un gran restaurante. El Centro Histórico de la ciudad, como ya se ha dicho en alguna ocasión, podría cruzarlo una ardilla de terraza en terraza sin tocar el suelo. Podría empezar en la plaza de la Constitución, callejear para llegar a Granada y ahí asustarse y decidir si sigue por Calderería o por Granada. Una lástima que al llegar a la plaza de la Merced, por Alcazabilla o Granada, se encuentre el yermo tramo del Astoria. ¡Terraza ahí, hombre ya!

A Málaga le faltan tabernas de verdad. No, no bromeo. A Málaga le sobran gourmets y le faltan malagueños; a la ciudad le sobran mentiras y le falta esencia.

Pocas son las tabernas auténticas en las que los malagueños podemos sentirnos dueños de nuestra ciudad. En el Centro, tal y como está hoy concebido, los malagueños somos Sims sin alma; decorado que hace feo para el turista descamisado.

Hace unos días salí en gorra y bermudas y me sentí acariciado y abrazado por todos los vendemesas aledaños a los restaurantes. Me sentí querido y feliz, me hablaban en inglés y yo creí que estaba de vacaciones. Hasta que vi un Unicaja y me di cuenta de que estaba en Málaga.

A la ciudad le falta verdad y la primera verdad de los ciudadanos está en las tabernas, no en pubs, lounges o gourmet places.