Dice el informativo que «hay riesgo extremo de incendio». Extremo. Está uno comiendo y el adjetivo «extremo» queda ahí colgado en el aire, flotando, amenazando, irritando. Extremadamente. O extremamente. Hasta que de tanto cernirse, el palabro, cae sobre el televidente, o sea, sobre mí, y me amarga el vino, que es un rosado Cune bien fresco que se torna fuego. Esófago quemado. El arroz con calamares se convierte en arroz seco con calamar duro.

No cesa el riesgo, extremo, por mor de los inconscientes y botarates. Que no descansan. El inconsciente en términos generales es un ser que no respeta las rotondas, insulta a los poderosos, se salta los semáforos, tira sellos por la ventana, no se abriga en enero y viaja sin pasaporte. No abre el paracaídas. Por ejemplo. Pero para el caso que nos ocupa es alguien que hace barbacoas o tira colillas en el monte. En julio o agosto. También es un asesino o alguien que busca la recalificación. Arde España o arderá. Arde incluso Grecia. O sea, los dioses del fuego no perdonan ni a quienes inventaron el Olimpo. Los funcionarios del Infoca y los bomberos y las brigadas multiplican su trabajo, toman riesgos, echan horas, tiran millas, apagan y sofocan, se desvelan y controlan. Todos contra el fuego, que decía el viejo eslogan. La radio también advierte del riesgo. Advierten los periódicos. Todo el mundo advierte pero la advertencia no llega al pirómano, ni al inconsciente, ni al que preso de la ira la toma con el medio natural, con el entorno, y quiebra el paisaje para siempre. Lo jode. Incendio en Manilva y riesgo en Cáceres, Castellón, Asturias, Guadalajara y aquí y allá.

«Quien va de fuego en fuego muere de frío», nos dejó escrito Antonio Porchia, que era italo argentino y que sólo dio un libro a imprenta (Voces). De aforismos y frases. No es que se quemara trabajando, precisamente. Eso sí, casi seguro que le consumía un fuego interno. Algunas de las citas de Voces son sofocantes. Otras nos encienden. Prohibido quedarse helado. Fue admirado por André Bretón y Henry Miller y hasta parece que un afamado escritor le dijo una vez que «cambiaría todo lo que he escrito por una de sus frases». Imagino a Porchia oyendo eso y sin inmutarse continuar almorzando o mirando al horizonte frondoso. A sabiendas de que todo pronto será ceniza.