Si la policía viene a darme descargas eléctricas no me va a dar miedo, dijo en su día Juana Rivas. Lo dijo acompañada de una tal Francisca Granados, y aplaudida por la turba enardecida, sostenida por la prensa hambrienta, en definitiva, lo dijo en su salsa. La misma en la que más tarde se ahogaría a fuego lento.

Juana orquesta una campaña valiéndose de medios de comunicación y organismos públicos que le dan su incondicional apoyo, todo ello con la mal calculada creencia de que así obtendría ventajas a su favor, le ha dicho ahora el juez que ha condenado a la televisiva madre granadina a cinco años de prisión a espera de su firmeza.

Como españolito de a pie no puedo, ni quiero, valorar la sentencia dictada en base a la práctica de una prueba que no he presenciado, como tampoco lo han hecho el 100% de las mujeres que incendian las redes a favor de una hermana que no conocen de nada, sólo por ser mujer. Sí puedo opinar, mientras no me lapiden las adoradoras de la sesgada perspectiva de género, sobre el creciente y lamentable espectáculo al que se han prestado muchos medios sirviendo de megáfono a cualquier descerebrado que acusa impunemente, que se inventa una causa y la disfraza de justa, que tira la piedra y esconde la mano, que abusa de la incultura para crear una corriente de opinión, que se parapeta tras la mentira y se vanagloria en la pena. Ya son demasiadas las denuncias falsas aupadas mediáticamente al Olimpo de la verdad absoluta que, tras un proceso judicial con todas las garantías, se han partido la boca contra un suelo duro, real, probatorio, firme. Y luego si te he visto no me acuerdo.

El buenismo es la excusa cobarde que ampara a la mentira, y mucha prensa está dispuesta, por el precio de la audiencia, a ponerla negro sobre banco en aras de una malentendida protección a la víctima, única perdedora tangible en este juego de maledicencias y noticias hormonadas. La víctima real de malos tratos, de abusos sexuales o de cualquier otro delito debe ser la primera que alce su voz contra la manipulación mediática nacida de un invento, porque su pena, su infierno y su honor se verán reducidos a un eslogan publicitario en boca de quienes, equivocada e interesadamente, amparan al maldito o maldita que tergiversa un dolor transversal, un cáncer social, en interés propio.

De esto ya escribió el gran Javier Cercas. El impostor, se llama el libro que narra la verdad sobre Enric Marco. Un anciano que durante gran parte de su vida se hizo pasar por víctima de los campos de concentración nazis, seguramente la etapa más vergonzante e hiriente de Europa, llegando a impartir conferencias en foros de medio mundo, conceder entrevistas a avezados periodistas e intervenir en parlamentos europeos narrando su fingida pantomima. Sólo un riguroso historiador, Benito Bermejo, contrastó su discurso y descubrió la estafa. Y todos los que jaleaban a Enric se quemaron la mano, con cara de gilipollas. Qué, cómo, qué.

Lo que hizo Enric Marco, esto que suena tan novelesco como repugnante, es escupir sobre el recuerdo de miles de personas inocentes que murieron gaseadas, hambrientas y apaleadas bajo el enloquecido yugo hitleriano. Pues lo mismo, ni más ni menos, consigue quien usa un mal endémico en su impropio y bastardo beneficio. Las víctimas, las reales, merecen toda la protección, todo el cuidado, todo el apoyo, y eso no se obtiene sino a través de una sentencia justa, reparadora, bien fundamentada, que no deje margen a la ambigüedad. Todo lo demás, el griterío de las pancarteras, los grupos de presión chillando frases huecas, los comunicados de asociaciones de dudosa legitimidad o repetir mantras caducos, sólo sirve para calentar el ambiente, perdernos en el folclore y alejarnos de la realidad.

El lugar de trabajo de quien se dedica a defender la Justicia no está en un titular, ni en un mensaje retuiteado, ni en un editorial, ni en un muro de Facebook, y mucho menos voceando por las calles. Está en la soledad de un despacho, en el fondo de miles de folios, de cientos de sentencias, en incontables horas de estudio y formación, para llegar por fin a una sala, frente a un estrado, y demostrar que tu cliente merece la tutela judicial que pide, porque la verdad es la verdad. Nada más. Nada menos.

Juana acaba de percatarse de ello. Muchas de sus hermanas, y algunos medios, al contrario, siguen erre que erre, reinventando la receta de la salsa, haciendo hueco en la olla, saben que nunca faltará otra incauta de segundo plato en un menú que empieza a ser vomitivo.